El juicio del que ha resultado culpable Genaro García Luna es quizás el más importante que se le haya seguido a cualquier autoridad mexicana en los últimos tiempos.
Sabíamos ya que García Luna era el gran maestro de los montajes, pero lo que hoy ha quedado comprobando es que la guerra misma contra el narco inició también como un montaje más, el mayor de todos. Uno para aparentar que se trataba de que la droga “no llegara a nuestros hijos”, cuando lo que querían era que el dinero de la droga llegara a sus bolsillos.
A Calderón todavía no lo alcanza la justicia, pero es evidente que esto le infringe una herida política mortal y no habrá hazaña suficiente que pueda limpiar su nombre.
Resulta penoso ver cómo en su comunicado intenta hacerse la víctima y lavarse las manos. “Quieren utilizar esto para atacarme políticamente”, ha señalado. Como si se necesitara. ¡Pues si acaban de culpar de ser narco, nada más y nada menos que al hombre que supuestamente se ocupaba de combatir al narco!
Calderón es responsable, cuando menos por haber ignorado las distintas alertas que se presentaron contra Genaro García Luna, no solo las provenientes de la oposición y reconocidos periodistas. También las del general Tomás Ángeles Dauahare en 2007, las de Javier Herrera Valles, el excomisario de la policía federal, en 2008. Incluso las que aparentemente le formularon los ex embajadores de EU, Roberta Jacobson y Carlos Pascual.
Según declaró Manuel Espino a esta columna, en junio de 2008, siendo él presidente de la Organización Demócrata Cristiana de América, estuvo presente en una reunión con varios exmandatarios en Bogotá, incluido Vicente Fox, donde se pidió expresamente que no se compartiera con el gobierno de México cierta información porque dudaban del secretario de Seguridad, a quien en diversas ocasiones le hicieron llegar informes sensibles que iban a parar a mano del crimen organizado.
“Poco después, ya en México” –asegura Espino— “le compartí esa versión al presidente Calderón, quien se limitó a decir que era grilla y que él confiaba en su secretario de Seguridad”.
¿Por qué el expresidente no quiso escuchar esas y otras advertencias? Si el jefe máximo encargado de la seguridad de nuestro país durante su sexenio estaba comprado por el narcotráfico, es muy ingenuo pensar que el expresidente pueda tener las manos limpias.
Calderón dice en su comunicado que ni negoció ni pactó con criminales. Pero sí lo hizo: negoció, pactó y le dio trabajo en su gabinete a uno de los mayores criminales de nuestro país en los últimos tiempos.
Técnicamente, Calderón tiene razón al aseverar que “la lucha por la seguridad de los mexicanos no era responsabilidad de una persona”, que involucraba a varias autoridades e individuos. Pero ¿si el capitán del equipo jugaba para las fuerzas contrarias, para quién iban a jugar las fuerzas propias? ¿Dónde se metieron los goles?
¿Cuántos operativos antidrogas se habrán perdido porque el hombre de confianza de Calderón le dio el pitazo al enemigo? ¿Cuántas personas inocentes no murieron porque el secretario de seguridad que él nombró y avaló era socio del cártel de Sinaloa y quién sabe de qué otro cártel más?
Es increíble que Calderón todavía se sienta con el derecho de dirigirse a los mexicanos y redactar manifiestos sobre cómo reorganizar a la oposición. Debería entender que hoy el único derecho que tiene es a permanecer callado. Porque todo lo que diga podrá ser usado en su contra…