Después de un fin de año complicado para la 4T —con una fallida reforma electoral y un penoso manejo del escándalo en torno a la ministra Yasmín Esquivel—, el gobierno inició el año metiendo un gol.

Aun así, pese a que la recaptura de Ovidio es un logro indiscutible, la oposición y los medios hegemónicos lo han escatimado con argumentos inconsistentes.

Si con el culiacanazo de 2019 la crítica al Presidente era que le había temblado el pulso, y ponía en tela de juicio su estrategia de “abrazos y no balazos”, hoy critican los balazos y parecen querer los puros abrazos.

Si desde que Joe Biden asumió la presidencia, la crítica de la comentocracia era que AMLO ponía en riesgo la relación con los Estados Unidos, hoy lo acusan de subordinarse a sus intereses.

Si la narrativa era que este gobierno tenía un “pacto” con el cártel de Sinaloa —porque “AMLO le dio la mano a la mamá de El Chapo”, por ejemplo—, hoy los argumentos no son menos risibles: para muestra, que se negoció la entrega a cambio de que Biden aterrice en el AIFA.

¿Se darán cuenta medios, comentócratas y opositores hasta qué punto ponen en juego su propia credibilidad con especulaciones de ese tipo?

En su diatriba llegaron al extremo de exigirle al Presidente que informara en vivo y en directo, mientras transcurría el operativo, todos los detalles… ¡cual si se tratara del lanzamiento de la segunda campaña de vacunación!

Como lo escribió Salvador Camarena en El País, “la decisión gubernamental de no dejar sin castigo a quien escapó una vez tomando por rehenes a una sociedad y a las fuerzas armadas, vale más que cualquier otro considerando que pretenda relativizar esta actuación de la administración de López Obrador”.

El argumento central en el que se ha basado la descalificación opositora es que el operativo se orquestó para complacer a Biden de cara a su visita a México.

La lógica supone que la decisión obedeció enteramente a la presión estadounidense. Esto es a todas luces falso. Lo es, en primer lugar, porque la operación para recapturar a Ovidio comenzó a fraguarse casi desde el día siguiente en que tuvo que ser liberado, en octubre de 2019.

Un operativo como el que vimos no se articula en unos cuantos días para dar la nota en medio de una cumbre internacional. Estuvo pensándose desde hace tres años y operándose desde hace al menos seis meses. Los opositores lo saben, salvo que ya se hayan olvidado cómo es gobernar.

Resulta absurdo pensar que la administración de López Obrador actuó por presión de las autoridades estadounidenses o simplemente para complacer a Biden.

¿Acaso el gobierno mexicano no tenía incentivos suficientes para promover la recaptura?

¿Acaso no necesitaba aprehender a una de las cabezas de uno de los cárteles más poderosos que retó la autoridad del Estado como no había ocurrido antes?

¿Acaso el Ejército y la Marina no estaban interesados en devolverle el golpe a quien los humilló?

¿Acaso el presidente López Obrador no precisaba borrar esta mancha en la historia de su gobierno? ¿O de verdad un Presidente en su sano juicio querría dejar su mandato con la responsabilidad a cuestas de haber liberado a un capo?

Naturalmente la captura de una cabeza del crimen organizado no soluciona la situación de violencia que vive el país, pero indudablemente tiene un significado político importante y manda un mensaje de que el narco no es intocable.

www.hernangomez.com.mx @HernanGomezB

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