Recordarán algunos aquella forma que teníamos cuando éramos niños de jugar a las adivinanzas. Al acercarnos a la verdad o al objeto escondido, nos guiaban con un “caliente, caliente”; al alejarnos, con un “frío, frío”.

La búsqueda de actos de corrupción a veces se acerca a la realidad y otras aporta solo vagos indicios. Unas veces las investigaciones resultan en lo frío, otras en lo caliente. Poco tiene que ver la estridencia y el sensacionalismo.

Dos noticias han aparecido la última semana. La casa en Texas ha sido la más escandalosa. La otra, de menor impacto, es la denuncia que presentó la Fiscalía General de la República en contra de cuatro despachos de abogados cercanos al ex consejero jurídico, Julio Scherer Ibarra , que habrían incurrido en extorsión y actos corruptos.

No se dice, pero todo apunta a que Scherer habría encabezado esa red desde su posición privilegiada, recurriendo al tráfico de influencias, amenazando y abusando de su poder para influir sobre el Poder Judicial.

El tema lo anticipó ya a este diario Salvador García Soto , y más tarde una filtración aparecida en Animal Político (shorturl.at/dikoD). Lo refrendó también una denuncia del abogado Paulo Díez Gargari.

Si repetimos nuestros juegos de la infancia, ante la investigación de la casa de la nuera del presidente cabría decir “frío, frío” —si acaso tibio—; si se trata de esa red de abogados socios de Scherer , y la caja de Pandora esto abre, debiéramos decir: “caliente, caliente”.

Aunque el hallazgo de la casa en Texas golpea la narrativa de la 4T en torno a una idea de la austeridad transmitida por AMLO de forma confusa, la investigación no ha acreditado realmente un conflicto de interés.

La sola renta de un inmueble durante unos meses es un elemento insuficiente. Tan es así que cuando Carlos Loret dio a conocer el reportaje en Latinus, no le dedicó más de un minuto al tema. No es casual, Loret es un comunicador inteligente. Por eso el caso está en bajas temperaturas.

Donde realmente se eleva el termostato es cuando la figura de Julio Scherer –quien se escudó y aprovechó de la autoridad moral del presidente para hacer negocios— finalmente está siendo objeto de una investigación que podría ser el mayor escándalo de corrupción de este sexenio.

Porque allí se asoma una historia truculenta. Una en la cual Scherer podría terminar como el José Dirceu de Lula da Silva, el Vladimiro Montesinos de Fujimori, el Córdova Montoya de Salinas o el Luis Videgaray de Peña Nieto.

En esta trama, sin embargo, dos elementos animan: Uno: quien investiga el caso no es un periodista, sino la propia Fiscalía General de la República, que con esto ganaría una dosis de credibilidad.

Dos: que Scherer, diga lo que se diga, fue apartado por decisión del presidente. Probablemente AMLO lo hizo al notar que la figura de su consejero –su ambición por el dinero y la obsesión que le llevó a extender su red de negocios a todas partes—podía comprometer su lugar en la historia.

El gobierno actual ha alejado de sus filas a varios presuntos corruptos, pero lo ha hecho de forma discreta y sigilosa. Algunos quisieran que los responsables fuesen procesados y sentenciados, pero el presidente no quiere dar semejante arma a sus adversarios ni dañar su propia narrativa.

Con todo, lo realmente trascendente sería que ante un caso tan emblemático como este se diera un castigo ejemplar. Quizás entonces podríamos gritar: “caliente, caliente, caliente… se quemó”.


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@HernanGomezB 

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