El juicio a Genaro García Luna reviste un carácter histórico. No solo llama la atención que un asunto como este no ocupe ocho columnas en los diarios. Peor aún es que algunos de estos lo frivolicen, mostrando cómo el procesado le manda besitos a su hija o le dice “te amo” a su esposa en pleno juicio.

Pretender humanizar o romantizar los actos de una persona que se enriqueció groseramente a costa de una guerra que sigue costando vidas es irresponsable y grosero.

Sabemos que la violencia en que se hundió el país a partir de 2006 tiene nombre, apellido y responsables concretos. Aun así, medios y comentócratas se han ocupado de edulcorar o relativizar las faltas del siniestro personaje que está siendo enjuiciado.

En el colmo del absurdo, hemos visto un nado sincronizado que busca subvalorar la versión de los testigos, con el argumento de que son narcos y no hay porqué creerles. Como si la figura de un testigo protegido careciera de valor alguno.

Olvidan, como bien apuntó Xavier Tello —voz sensata en nuestro debate público— que en los grandes juicios seguidos a representantes de la mafia en los Estados Unidos —muchos de ellos ampliamente celebrados— se han basado en fuentes internas que se deciden a hablar.

Ante un acontecimiento fuera de toda proporción como este, parece inverosímil tener que recordarle a comunicadores y comentócratas que se está juzgando, por narcotráfico —en un sistema de justicia mucho más creíble que el nuestro— a una figura que tuvo un papel preponderante en la seguridad pública durante los gobiernos de Vicente Fox, y especialmente de Felipe Calderón.

Que a Genaro García Luna se le imputa ahora haber recibido entre un millón y un millón y medio de dólares en sobornos del cartel de Sinaloa, cuando encabezó la Agencia Federal de Investigación, y hasta 3 millones cuando fue secretario de Seguridad Pública.

Aquí, en México, se sabe además, que este personaje se embolsó 750 millones de dólares en 18 años en contratos públicos simulados.

No podemos dejar pasar la gravedad de la información que se ha desprendido de este juicio, la inmoralidad de García Luna, y no menos importante, la forma en que esto mancha la ya cuestionable reputación de Felipe Calderón.

Tan consciente es el expresidente de cómo esto lo salpica política y mediáticamente, que optó por exiliarse en España. Quizás piense que así podremos olvidar que García Luna fue el gran hombre fuerte de su administración, a quien sistemáticamente defendió en su labor.

Es ingenuo creer que el expresidente no estaba enterado de las actividades de su mano derecha y hombre confianza. Una de dos: o Calderón era un incompetente, ajeno a todo lo que ocurría en el país que gobernaba –cosa que no se descarta por completo— o formaba parte de las complicidades de la delincuencia organizada.

Estamos ante un juicio relevantísimo, donde el hecho de que el inculpado haya llegado hasta aquí sin un acuerdo de testigo protegido que reservaría la información obtenida, obliga a que todo el litigio sea público.

Y esto, lo que está mostrando en el fondo, son los móviles reales del conflicto armado interno que inició Calderón, y cómo él y los suyos llevaron al país a una guerra motivada en gran medida por una búsqueda insaciable de dinero y poder.

Gente como esa no puede merecer otra cosa que un lugar en el infierno.

www.hernangomezb @HernanGomezB

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