En las afueras de Jerusalem se encuentra uno de los museos más potentes de la historia del Siglo XX: el Yad Vashem, o Museo del Holocausto, donde se reconstruye el proceso que llevó al exterminio de 5.7 millones de judíos en Europa. Ese gran museo —que impacta al visitante desde el primer momento— es un recordatorio a toda la humanidad de algo que no debemos repetir.

Aun así, historias de exterminio, discriminación y limpieza étnica han sido revisitadas en menores dimensiones una y otra vez. Paradójicamente, lo ha sido y continúa siéndolo a escasa distancia de ahí, en Gaza y Cisjordania, los principales territorios palestinos.

De la mano de un guía, defensor de la causa palestina, atravesé hace unos días el gran muro que hoy divide a Israel de Cisjordania. Una edificación, aún inconclusa, que según los israelíes comenzó a construirse “por razones de seguridad”, para prevenir ataques terroristas, aunque los palestinos la viven a diario como una barrera segregacionista y una forma de Apartheid que recuerda la situación que enfrentaban los judíos previo al Holocausto.

El drama pasado y presente de los palestinos aparece en cada parte de nuestro recorrido. Es la historia de un pueblo que se quedó sin patria, que fue desplazado de sus lugares de origen y donde hoy —todavía siete décadas después— algunos viven en campos de refugiados (se calculan unos 70 en total). Su gran símbolo de esperanza es una llave que representa lo único que les quedó: el hogar que alguna vez tuvieron y al que varios esperan algún día volver.

Es el drama de un pueblo que vive bajo el permanente hostigamiento de fuerzas israelíes presentes todos los días de sus vidas como una auténtica pesadilla. Existen en todas las carreteras, retenes de seguridad (cerca de 350 en Cisjordania) que hacen de cualquier desplazamiento interurbano una calamidad que a veces les hace perder hasta tres horas en filas interminables.

Contrario a lo que suele pensarse, el muro no solo separa a israelíes y palestinos. Divide a los propios palestinos porque excede los límites del territorio israelí en una clara afrenta colonialista. Así, el territorio palestino está bajo permanente acecho por los asentamientos que promueve el sector judío ultraortodoxo.

Los asentamientos no han dejado de proliferar. Si en 1994 había 120 mil asentados, se calcula que hoy son más de 700 mil. Esa proliferación solo puede justificarse desde una visión mesiánica: quienes allí se asientan remiten su presencia a la palabra de Dios escrita desde tiempos bíblicos. “Este territorio es nuestro y siempre lo ha sido”, me dice uno de estos asentados, en la ciudad de Hebrón, “la nación palestina no existe… Si no fuera por nosotros, aquí habría pura basura”.

Para ocupar estos territorios, los asentados cuentan con una estructura de apoyo dentro del gobierno israelí que les provee de servicios y seguridad, a pesar de violar con su presencia cualquier disposición del derecho internacional. Viven en espacios amurallados o vigilados por fuerzas israelíes armadas hasta los dientes. A veces hay allí más policías que habitantes.

El proyecto es de lo más perverso: se otorgan facilidades a judíos israelíes o de cualquier país del mundo que quieren establecerse en la zona para avanzar poco a poco y apoderarse de territorios que fueron otorgados a los palestinos en el plan de partición de Naciones Unidas del 47.

Para hacer realidad este infame proyecto de la derecha israelí, que utiliza la religión como un arma política, se ha creado en los territorios palestinos un régimen de facto que recuerda una discriminación propia de los regímenes de segregación racial: 50 leyes que discriminan a los palestinos, quienes no tienen plenos derechos políticos y padecen servicios públicos de segunda, racionamiento de agua, avenidas por las que no pueden transitar, supermercados a los que no pueden acudir y hasta autobuses a los que no pueden subirse por estar reservados a los asentados.

Así viven hoy los palestinos en Cisjordania: esperando que algún día se les haga justicia. Esperando que algún día se les respete.

@HernanGomezB

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