Una auténtica joya es lo mínimo que merece decirse acerca de la novela recién publicada por Enrique Serna. El Vendedor de Silencio, es un texto apasionante, lleno de genialidad, que relata la historia de Carlos Denegri, una de las figuras más grotescas, corruptas y decadentes del periodismo mexicano.
Denegri fue un gángster de los medios que se hizo poderoso a partir de los años cuarenta, cuando logró forjarse una carrera en Excélsior a base de su estrecha relación con el presidente Miguel Alemán y otros políticos de quienes recibía igualas mensuales a cambio de ofrecerles la cobertura de su conveniencia.
Muy pronto Denegri hizo suyo el cínico pensamiento de uno de sus jefes, quien lo resumió así: “Los periodistas debemos estar informados de todo, pero no necesariamente divulgarlo… Un periodista gana más dinero por lo que se calla que por hacer alharaca. En este negocio no sólo vendemos información y espacios publicitarios: por encima de todo vendemos silencio”.
Denegri entendió que en la relación con los medios está regida por la máxima de que el gobierno “paga o pega”. Que en nuestro sistema político, el prestigio de cualquier periodista dependía en gran medida de su cercanía con el poder, la que supo cultivar hasta ganarse un derecho de picaporte que le valió privilegios y absoluta impunidad. A tal grado llegó esa relación que Denegri incluso obtuvo la protección de una escolta de la Presidencia de la República.
La de Carlos Denegri es una historia llena de contradicciones. Por un lado, se trataba de un periodista culto y bien formado, capaz de hacer excelentes crónicas y entrevistas. Su trayectoria, sin embargo, se asemeja a la de otros periodistas que comenzaron su carrera buscando honrar el oficio periodístico, pero acabaron por sucumbir ante la imposibilidad de hacerlo en un sistema intrínsecamente corrupto.
Al igual que él, muchos otros terminaron por aceptar que la única forma de destacar en el oficio era comportarse como los demás. En ese concierto en el que uno era más cínico que el otro, Denegri fue de los más extremos; tan solo unos pocos tuvieron la capacidad y la entereza de resistir, como fue el caso de Julio Scherer.
Completamente falto de escrúpulos, Denegri se sentía intocable y se sabía impune. Por eso podía cometer toda clase de abusos, maltratar a las mujeres, y cometer todo tipo de desmanes públicos. “Tengo la bendición de Los Pinos”, decía una y otra vez. “Quien se meta conmigo se mete con el presidente”.
La novela de Serna es más que una historia sobre la relación entre medios y poder. Es también un recorrido por cincuenta años de historia, un retrato de la decadencia del régimen que emanó de la Revolución y de su clase política, y de cómo el periodismo nacional acabó siendo parte del mismo corrupto lodazal.
Aunque hoy hablamos de Carlos Denegri como una figura del pasado, lo cierto es que muchas de las prácticas que se describen en el libro de Serna —maravilloso e inquietante a la vez— son más actuales de lo que algunos quisieran admitir.
Ciertamente, hoy no hay un columnista capaz de erigirse en “la voz del poder” y que por esa condición pueda alcanzar la influencia y la fortuna que tuvo Denegri. Pero los periodistas que como él siguen deshonrando la profesión, vaya que aún existen. Los cínicos negociantes de la información, los hombres y mujeres que se dedican al medio sin principios ni misión social ni verdadera vocación periodística todavía están vivos.
Cuántas historias no escuchamos hoy de gobernadores que distribuyen dinero en efectivo entre la fuente para completarles la nómina, sino es que cubrirla por completo; cuántas formas de extorsión no existen, todavía hoy, por parte de directivos que presionan a políticos con dar a conocer sus investigaciones si no les llega el cheque de la publicidad. Cuántas historias que nos recuerdan cómo, antes que estar pensando en sus lectores, el gobierno todavía es “el principal cliente de los diarios”, según relataba entonces uno de los personajes de Serna.
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