Durante el mandato de Andrés Manuel López Orador, la oposición recurrentemente ha retratado al presidente como un macho, un machista y un hombre insensible a la agenda feminista. Crítica injusta, pues si así fueran las cosas AMLO nunca hubiera creado el primer gabinete paritario de nuestra historia ni se habría inclinado por una mujer para sucederlo.

Más aún, un hombre machista habría estado acompañado de una mujer dócil, complaciente, dedicada a sonreír en actos públicos y a hacer lo que la sociedad machista suele esperar de las mujeres: que sepan agradar y quedar bien.

Beatriz Gutiérrez Müller es todo menos eso. Es una mujer con un carácter fuerte y firme, que dice lo que piensa y siente. Así lo hace en su más reciente libro, “Feminismo Silencioso”, el cual entiende como una postura donde ellas reivindican su lugar en la sociedad, no a partir de publicitarse con grandes palabras, sino a partir de acciones concretas.

En otras ocasiones hemos hablado de los muchos paradigmas que la 4T ha venido a transformar en el plano simbólico. En torno a eso que llaman “la pareja presidencial” podemos agregar algo más que para muchos ha pasado inadvertido, pero que se evidencia en esta obra: la manera en la que se rompió con la tradición de la “primera dama”, tanto en la forma como en el fondo.

Gutiérrez Müller sostiene, con razón, que esta figura no solo tiene una carga clasista –por suponer que una mujer está por encima de las demás, por distinguirla como una “dama” sobre el resto--, sino que además representa “un anacronismo antagónico a una república democrática del siglo XXI”.

A lo largo de estos años, no cabe duda de que cambió el papel de la esposa del presidente, ese que por tradición –no porque esté plasmado en la ley, nótese— encabezaba el DIF, desempeñaba actividades filantrópicas, se ocupaba de asuntos sin importancia o, en el peor de los casos, esperaba al marido en casa.

Con Beatriz se sentó un precedente distinto, donde la esposa del presidente no tiene un rol predestinado que cumplir, y en cambio ha podido elegir libremente lo que quiere hacer, que en este caso fue priorizar su propia carrera profesional y ocuparse de su hijo.

Beatriz anticipó de esta forma, en una entrevista, su manera de ver las cosas: “Yo tenía un trabajo y consideré que no tenía por qué dejar mi trabajo para acompañar a mi esposo que cambió de trabajo”.

Lo que tuvimos, en ese sentido, fue un acto de reivindicación simbólica, donde la esposa del presidente, en vez de ser protagónica en tanto “la esposa de”, mantuvo el perfil de una profesionista, académica y escritora, mostrándose no solo como una “ciudadana con vida propia”, sino como alguien que desde los 18 años tiene “sus propios ingresos, autonomía laboral e independencia económica”.

La verdad es que, si comparamos a este personaje con la frivolidad de La Gaviota, los escándalos de Martha Sahagún, el conservadurismo de Margarita Zavala o con otras mujeres que acompañaron a nuestros presidentes, Beatriz probablemente es uno de los perfiles más interesantes que hemos tenido hasta ahora. Lo es, especialmente, por su empeño en realizarse y trascender a partir de su talento y esfuerzo.

“Todo lo que acontece en la esfera pública y me involucra se desvanecerá tan rápidamente como apareció”, sentencia Gutiérrez Müller en este libro, quien pese al lugar que ha ocupado estos años no parece haber dejado de mantener los pies en la tierra. Y es que, para ella, casarse con un gobernador, un diputado, un senador o un presidente no es ningún mérito y “tampoco es un título”. En última instancia, recuerda con razón, a ella nadie la votó.

El libro de Beatriz Gutiérrez Müller, “Feminismo Silencioso” también es una fuerte crítica a la forma en que nuestra sociedad machista concibe y trata a las mujeres en posiciones de visibilidad pública. Al respecto recuerda cómo cada vez que ella aparece en algún acto público, junto al presidente, la noticia del día siguiente tiene que ver con la manera en que iba vestida, con su peinado o su apariencia física. Eso rara vez ocurre con los hombres.

Beatriz denuncia también la indagación constante y desmedida frente a lo que hace y asegura que no pasa lo mismo con las parejas hombres de las mujeres en cargos públicos relevantes, sobre las cuales nunca vemos el mismo nivel de escrutinio. De hecho, nada sabemos de ellos, señala, e incluso es probable que a esos hombres se los celebre por hacerse cargo de sus hijos mientras la madre trabaja (cosa que jamás se le reconocerá a una mujer).

En las últimas páginas, Beatriz vaticina que seguramente el camino del esposo de la próxima presidenta será menos pedregoso que el suyo, pues no tendrá que hacer tantas aclaraciones ni le pedirán tantas explicaciones. E ironiza: “No creo que su traje de gala en la noche del 15 de septiembre acapare titulares, ni le reclamen tener su propio trabajo; antes bien, lo admirarán por su independencia laboral y su independencia económica, no subordinada a su esposa… Le irá mucho mejor que a mí. Estoy segura de ello”.

@HernanGomezB

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