A López Obrador le gusta pensarse en grande, compararse con personajes relevantes de la historia. A pesar de su megalomanía, ese rasgo tiene un lado positivo: la ambición de trascender y no ser un simple gerente.

El sábado 18, en su discurso del Zócalo, hizo una analogía entre su autoproclamada 4T y el cardenismo. Allí insinuó que no procederá como el general Cárdenas, quien cometió el error de favorecer la sucesión de Ávila Camacho, en lugar de apoyar a Francisco J. Múgica, con quien tenía una mayor afinidad ideológica y representaba la continuidad de su proyecto.

Con Ávila Camacho, señaló, comenzó a abandonarse “el auténtico ideal revolucionario y las acciones en beneficio del pueblo”, además de que se dio una alianza entre el poder económico y político que –subrayo y ojo con esto— “tal vez evitó la guerra civil y mantuvo la paz social”.

Al exclamar que aquí no hay que “zigzaguear”, el Presidente la dio un nuevo espaldarazo a Claudia Sheinbaum, quien en este escenario sería equiparable a Mújica, frente a un Marcelo Ebrard que aparece como el Ávila Camacho (hace más de dos años hice una analogía parecida ).

En cualquier caso, hay que decir que el cardenismo y la 4T no son tan comparables como el presidente quisiera. Cárdenas expropió una industria estratégica para la nación, promovió una agenda agraria y una ampliación de derechos laborales, junto a otras medidas de consecuencias redistributivas que no se ha visto en estos años.

Podemos fácilmente intuir que Claudia es quien está en el corazón del presidente, pero dudo que el tema de la sucesión se dirima enteramente en sus simpatías ideológicas o personales. La jefa de gobierno tiene que ser una candidata competitiva, incluso entre los sectores medios urbanos, y obtener un buen resultado en las encuestas.

Al plantear el dilema Mújica-Ávila Camacho el presidente refrenda su compromiso ante un perfil capaz de garantizar la continuidad, como es el de Claudia, aunque en la manera de abordar el tema da a atender queda claro que no actuará como un obcecado ni tomará una decisión caprichosa.

La racionalidad —y no solo el corazón— justifican hoy su decisión a favor de Sheinbaum. Sin embargo, aunque Marcelo no tenga ese lugar, está en la cabeza del presidente y podría ser una alternativa, si en determinadas circunstancias llegara a necesitarse un Ávila Camacho.

De ahí que, en su discurso, AMLO haya revisado las posibles motivaciones que llevaron al general a inclinar la balanza a favor de este último: la beligerancia de la derecha frente a sus políticas, el profundo malestar que causó la Expropiación Petrolera entre los ricos de la época; el boicot, presiones y actos de sabotaje promovidos y financiados por las compañías petroleras extranjeras, etc.

A fin de cuentas, se trató de evitar una crisis de gobernabilidad.

¿Será que la amenaza de la derecha hoy es semejante a la de los años cuarenta? Difícilmente, pero los escenarios cambian. La polarización que hoy vivimos podría ir en aumento, quienes se identifican como “clase media” podrían sentirse aún más alienados que hoy y el contexto internacional es susceptible de complicarse.

En esas circunstancias, Marcelo sería un plan B, un buen perfil para gobernar en tiempos de crisis. En cualquier caso, después del sábado queda claro que en esta sucesión no hay mucho más que dos.

Twitter: @HernanGomezB

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