Con todas sus fallas y conflictividad, el proceso interno de Morena terminó por ser un ejercicio superior al de la oposición. Aunque algunos dirán lo contrario, la 4T estableció reglas claras y a nadie se le ocurrió modificarlas a mitad del ejercicio, a conveniencia y contentillo, como pasó con el abortado proceso del Frente Amplio.
Al estar dominado por la desconfianza, y la intensa vigilancia de los involucrados, la contienda morenista terminó por ser un ejercicio más riguroso. Según relatan la mayor parte de los involucrados hubo una “amplia apertura y flexibilidad” para invalidar la mayor parte de las secciones donde se presentaba algún tipo de objeción.
De ahí que en la llamada “encuesta madre” (la realizada por el partido), 36 de las 220 secciones electorales en las que se llevó a cabo el levantamiento terminaron por invalidarse. Paradójicamente, muchas de las anulaciones –que luego Ebrard utilizó para reclamar que había que repetirlo todo— fueron resultado de las propias peticiones de su equipo.
Como en todo proceso de su tipo hubo irregularidades, las cuales fueron cometidas por casi todos los contendientes. El de Marcelo –que no fue el único afectado— presentó un documento con varias evidencias, incluidos videos y fotografías que no debieran ignorarse.
En el compilado de Ebrard se puede ver cómo se involucraron indebidamente algunos funcionarios públicos (especialmente de la secretaría de Bienestar), e incluso se plancharon previamente las zonas en las que iba a realizarse la encuesta, ya fuese para repartir publicidad, hacer pintas, o inducir respuestas a favor de una candidata a partir de la promoción de programas sociales.
Estas irregularidades –que también detectaron los equipos de Ricardo Monreal y Adán Augusto, pero han preferido no impugnar para cuidar un proceso “del Presidente” y no abonar a la disputa— deben investigarse bien, recibir una respuesta por parte del partido, y en caso necesario sancionar a los responsables.
Aun así, es preciso reconocer que la cantidad de trampas difícilmente justificaría anular todo el proceso, como planteó el excanciller. Por un lado, porque la muestra —con sus 12 mil 200 encuestas y sus 969 categorías estratificadas— es suficientemente representativa y sólida como para no verse comprometida.
Y aunque la “encuesta madre” derivó en un porcentaje importante de anulaciones —en gran parte por la incapacidad de la comisión de encuestas de Morena, cuyo trabajo fue caótico especialmente los primeros dos días del ejercicio— el resultado de cuatro encuestadoras espejo (incluida la que propuso Ebrard, cosa que hay que resaltar), arrojaron un resultado muy parecido.
Los números reportados por las cuatro casas encuestadoras y la “encuesta madre”, además, coinciden en gran medida con lo que las empresas demoscópicas de mayor prestigio venían reflejando durante el último mes, donde Claudia aventajaba a Marcelo por más de diez puntos.
En cualquier caso, la realidad es que, pasara lo que pasara, Ebrard y su equipo iban a descalificar el proceso. Según numerosos testimonios, los marcelistas desde un inicio llegaron con la “espada desenvainada” y el ánimo de “reventar el proceso”.
A tal punto fue así que, en las diversas mesas de trabajo, llegaron a levantarse hasta 20 veces, bajo amenaza de retirarse de la contienda. Y es que Marcelo (tal vez a diferencia de los marcelistas) sabía que no iba a ganar, pero tenía que deslegitimar un ejercicio que traía dados cargados, no de ahora, sino desde tiempo atrás.