Colombia
ha sido por mucho tiempo una de las naciones más violentas y convulsionadas de América Latina. Un país que nos duele a todos y que hoy está cansado de los políticos tradicionales.
Los colombianos quieren hoy un cambio radical. Por eso de la primera vuelta electoral, que se llevó a cabo el 29 de mayo pasado, resultaron electos dos perfiles claramente antisistema, aunque diametralmente opuestos: Gustavo Petro y Rodolfo Hernández.
Petro, ex guerrillero, representa una izquierda progresista y novedosa, aunque también ha dado un giro al pragmatismo; Hernández es un político de ultraderecha, rupestre e ignorante y bastante impredecible.
De lograrse la victoria del primero este domingo 19, Colombia estaría ante un cambio histórico que se sumaría a las victorias recientes de gobiernos progresistas de la región, precisamente en un país donde la izquierda nunca ha tenido un camino fácil: ha sido estigmatizada por la existencia de la guerrilla y violentada al punto del exterminio.
Algunas de las posturas de Petro representan un soplo de aire fresco al pensamiento político de izquierda en la región, por sus posturas ecosociales, su fuerte crítica al extractivismo y el interés por convertir a Colombia en un país productor y no sólo exportador de materias primas. Hasta ahora, esto no ha estado realmente en la agenda de las izquierdas que han gobernado la región.
Importantes reformas en el ámbito fiscal y agrario, tan pendientes en ese país, también complementan la agenda de Petro, quien busca cobrar más impuestos a los petroleros y banqueros del país.
Acompaña a Petro en su fórmula Francia Márquez, una mujer afrocolombiana, feminista activista ambiental, madre soltera y extrabajadora doméstica, que ha tomado por asalto la política colombiana. En varios sentidos, su perfil es más radical que el de Petro.
Enfrente de ellos está Rodolfo Hernández, un empresario de la construcción, ex alcalde de Bucaramanga, que se presenta como un outsider y ha empleado un discurso anticorrupción en contra de la élite política para posicionarse, a pesar de que él mismo está acusado de corrupción.
Conocido como el “Trump colombiano”, Hernández representa el clásico perfil de esa ultraderecha latinoamericana que busca abrirse camino utilizando profusamente las redes sociales, posicionándose con declaraciones provocadoras y dizque sinceras, tan bien representada por personajes como Bolsonaro, el argentino Javier Milley o el chileno José Antonio Kast.
Para muestra, en una ocasión reconoció abiertamente que admiraba a Adolf Hitler, pero más tarde se disculpó diciendo que en realidad quería referirse a Albert Einstein. Conocido por su xenofobia hacia los venezolanos, dijo sobre ellos en 2017: “No los podemos matar ni echarles plomo, toca recibirlos.”
Para los colombianos hartos del uribismo, pero renuentes a la izquierda que representa Petro, Hernández es el candidato perfecto: parece independiente y se autofinancia, tiene las mismas ambiciones para Colombia que para sus negocios personales.
Las encuestas anticipan una elección muy cerrada que podría terminar en un empate técnico: El promedio de estas daba apenas una ventaja de 0.3% de diferencia a favor de Petro.
Las elecciones colombianas, por tanto, pintan para ser cardiacas, siendo probablemente de las más competidas en la historia de esta nación, que tendrá que elegir entre superar su histórico miedo a la izquierda o entregarse al claro retroceso que implicaría un político de ultraderecha como Rodolfo Hernández.
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