La disputa final por la candidatura del Frente Amplio ha quedado entre dos mujeres, cosa que no parece casual, cuando el obradorismo estará postulando a una.
Dos mujeres que utilizan huipil, reivindican sus raíces indígenas y tienen un discurso de tintes relativamente progresistas, al punto que ambas llegaron a tener acercamientos con la 4T.
Tanto Beatriz Paredes como Xóchitl Gálvez han ejercido cierta disidencia ideológica dentro de sus partidos. La tlaxcalteca, con su discurso socialdemócrata en tiempos de un PRI neoliberalizado; la hidalguense, con una postura “progre” o liberal dentro de un partido conservador como el PAN.
La oposición no está presentando a un Bolsonaro o a un Milei. El posible equivalente a estos personajes —Lily Téllez— quedó muy pronto fuera de la contienda, mientras que Eduardo Verástegui no pasa de ser un mal chiste. Tenemos la suerte de que la ultraderecha no asoma la cabeza en nuestro país... por ahora.
El hecho de que Xóchitl y Beatriz estén entre las finalistas tienen dos posibles lecturas: una es que la 4T ha alcanzado cierta victoria cultural, donde hoy nadie sin una mínima sensibilidad social tendría posibilidad de ser competitivo electoralmente.
Otra lectura posible es que, en la recta final del proceso, se ha quedado lo más decente de la oposición (o lo menos indecente, dirán algunos), en la medida en que Gálvez y Paredes representan lo menos viciado dentro de sus partidos, lo poco presentable que tienen.
Por eso he insistido en que la discusión de fondo no está en las cualidades personales de una u otra, sino en quienes son sus compañeras y compañeros de viaje.
Al final, es bien sabido que ni Beatriz ni Xóchitl atravesarán las puertas de Palacio Nacional. El problema es lo que podrían habilitar con su nominación: la cantidad de personajes impresentables que, a través de una u otra, se estarán colando a espacios de representación.
A esta altura, Xóchitl lleva las de ganar. Ciertamente, Beatriz tiene más preparación, más conducta de estadista y rigor intelectual, si se quiere. Es más prudente y mete menos la pata en sus declaraciones.
La hidalguense, sin embargo, es más carismática, fresca y espontánea. Mientras Beatriz tiende a la frialdad, Xóchitl es de sangre ligera, tiene una buena dosis de sentido del humor y la habilidad de caer bien a cualquiera.
El atractivo de Xóchitl se antoja superior al de Beatriz, pues mientras esta última ha sido siempre una mujer de partido —disciplinada, contenida y mesurada—, la otra proyecta rebeldía, el perfil antisistema propio de una outsider que ha tomado distancia de la partidocracia y ha sabido venderse como más “ciudadana”.
Pero hay una diferencia adicional, no menor: mientras Beatriz ha adoptado una línea propositiva y ha dicho claramente que ella no está “obsesionada” con López Obrador (cosa que es de celebrarse), Xóchitl ha abrazado ese discurso antiobradorista que tanto vende entre la clase media aspiracionista a la que está logrando interpelar.
Probablemente esa estrategia, de corte estridente, sea más eficaz en tiempos de polarización, que abrazar posturas más racionales y sensatas, como lo ha hecho Paredes.
Al final, todos sabemos que el gran elemento aglutinador de esta oposición es el antiobradorismo. Que independientemente de los foros que hagan para disque tener una agenda, un proyecto de país y una visión de futuro, su verdadera razón de ser y existir es explotar esa pejefobia que anida en un sector de la sociedad.
@HernanGomezB