“He escuchado su enojo, su desilusión y asumo la responsabilidad de esta derrota”, dijo apenas este viernes el líder del Partido Conservador y Primer Ministro de la Gran Bretaña, Rishi Sunak, al salir a reconocer su derrota en las elecciones británicas del jueves pasado.

Qué pequeños resultan —frente a semejante discurso—, la mayor parte de nuestros políticos, aferrados a sus parcelas de poder, esas que necesitan para completar su personalidad, y sin las cuales son incapaces de encontrarle sentido a sus vidas.

Y qué pequeños resultan, especialmente, los dirigentes de la oposición. Esos que desde el 2 de junio no han hecho sino pelearse entre sí, enfrascados en una disputa por ganar el premio a la mediocridad, siendo incapaces de hacer la más mínima autocrítica frente a la humillante derrota que sufrieron sus partidos.

Mientras en el PAN, Marko Cortés se pelea con Felipe Calderón sobre quién de los dos es el más delincuente, Alejandro Moreno ha fraguado una operación para reelegirse hasta por dos periodos consecutivos más, después de que ya había postergado su primer mandato.

La XXIV Asamblea Nacional a la que el PRI ha convocado este domingo no es para hacer una crítica ante el mayor fracaso electoral de su historia ni entender cómo es que el partido ha quedado reducido a su mínima expresión.

Aunque usted no lo crea, el principal objetivo de la Asamblea es que el cacique Alito Moreno pueda postergar su mandato, si así lo desea, hasta el año 2032, como hasta ahora no se había atrevido a hacerlo ningún presidente del partido.

Por si eso fuera poco, Alitito busca concentrar todo el poder, al asegurarse que en sus manos recaiga el nombramiento de los coordinadores del partido en las cámaras de senadores y diputados, e incluso asumir la facultad de removerlos cuando se le antoje.

Todo esto se ha hecho, valga decir, antes de la conclusión formal del proceso electoral, a través de una convocatoria formulada a toda velocidad, y que incluso viola la normatividad interna, como lo ha denunciado en un pronunciamiento público respaldada por un gran número de militantes.

En otros contextos, cuando una dirigencia partidista pierde una elección da un paso al costado para permitir que un nuevo liderazgo asuma los destinos de la organización. Incluso eso hizo Manlio Fabio Beltrones en 2016, cuando el PRI sufrió un descalabro electoral. Hoy en cambio, las dirigencias del PRI y del PAN permanecen en manos de los perdedores, quienes además se aseguraron los primeros lugares en el Senado.

A Alitito no le ha bastado haber perdido 8 gubernaturas en 2021 y el Estado de México en 2023. Tampoco parece suficiente que el mes pasado el PRI apenas logró el 10% de la votación presidencial, y quedó desplazado al quinto lugar en la Cámara de Diputados.

Al pequeño Alito no solo le tiene sin cuidado lo que ocurra con el país, sino la suerte de su propio partido. Lo único que le preocupa son los intereses de su rancho, donde espera conservar una reducida parcela de lo que él es cree que es el poder, para desde ese lugar seguir haciendo su grillita, sus enjuagues, sus negocios.

Todo eso es dramático cuando hoy más que nunca el país necesita una oposición inteligente capaz de discutir y atemperar algunas de las reformas que en el mes de septiembre se estarán aprobando en el Congreso.

Tristemente, las dirigencias del PRIAN están sumidas y obsesionadas en sus pequeñas batallas internas y en conservar sus ya de por sí menguados espacios de poder.

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