En el arte, los creadores plasman sus emociones, el espectador se ve reflejado y se construye cierta empatía. Esta podría ser una descripción muy estándar, muy del lugar común, descafeinada, pero no por ello falsa, sólo, eso sí, muy sobada; además hay que decir que es una concepción relativamente nueva. Si bien la imaginación del artista nunca ha estado limitada (las reglas estrictas en el arte clásico no podrían verse como una limitación), sí que podríamos decir que la técnica depurada, hablamos por supuesto del arte figurativo, y la capacidad del creador para retratar su entorno, para mostrar el detalle que suele pasar desapercibido, la mueca que revela un íntimo secreto, el gesto que esconde un pensamiento lascivo, el uso magistral del color, de las luces y las sombras… ahí estaban las herramientas para movernos por dentro, muy en lo técnico.
Retratar el entorno, por supuesto no siempre de la manera más literal, y ya con las licencias del arte moderno, estos aspectos se fueron volviendo más, en el concepto (no necesariamente en la técnica), abstractos. Y en este espectro entra el estadounidense Edward Hopper, un autor que se está redescubriendo y reinterpretando en el marco del encierro. Hopper nació y murió en el estado de Nueva York, de 1882 a 1967 quedó a un par de meses de su cumpleaños 85, es uno de los más grandes exponentes del realismo americano y del american scene; líneas rectas, ángulos, luces contrastadas y sobre todo imágenes de la vida americana fueron los elementos más usados en su obra. Un artista que se está redescubriendo, dijimos, porque muchos han visto en las pinturas de Hopper un reflejo de nuestros días, porque si algo tiene la obra de Hopper es silencio y soledad; no necesariamente implica retratar personajes solos, incluso en su obra más famosa, Noctámbulos, en la que aparecen cuatro personajes en una cafetería, hay un ambiente que nos recuerda más a una biblioteca que a otra cosa. Soledad, aislamiento, silencio, la presencia humana en la obra de Hopper lleva a la contemplación y a la melancolía, sentimientos que hoy más que nunca nos son familiares, como colectividad.
Y es la obra de Edward Hopper en estos contextos la que inspiró a otro maestro de la composición, el color y las geometrías, Wim Wenders, a darles vida a los cuadros más famosos del pintor estadounidense a través de un corto: Two or three things I know about Edward Hopper, en tercera dimensión y que también es instalación y que servirá de excusa para la reapertura de las salas en la Fundación Beyeler, en Suiza. En esta obra, Wenders reproduce, a detalle, la obra de Hopper con personas y escenarios de manera minuciosa; cuesta distinguir la obra de uno y otros artistas a primera vista. Para los que estamos en esta parte del mundo podría parecer una mala noticia que su exhibición se esté dando sólo en la galería suiza; pero hay que decir que esta exhibición concluye el próximo 17 de mayo, por lo que seguramente se liberará el corto para poder ser visto por todos. Mientras eso sucede, échele un ojo a la obra plástica de Edward Hopper y al tráiler de la instalación de Wim Wenders, para que la espera (y el encierro) se hagan más cortos.
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