El transhumanismo es un movimiento cultural, estético y filosófico que tiene sus orígenes en la primera literatura de ciencia ficción; para el transhumanismo, el hombre es protagonista en su propia transformación, a través de la creatividad y la tecnología el ser humano trasciende. Sí, hay algo de postpunk, a primera vista, en el transhumanismo, comparten literatura y cine aunque el postpunk se queda asentado a sus anchas ahí, en la ficción. Por otro lado el transhumanismo busca ecos filosóficos en Jürgen Habermas, Peter Sloterdjick o Michael Sandel; y es que esta filosofía va más allá de un grupo de geeks con aspiraciones a ser un día un tipo de “robocop”; ingeniería genética, T.I., nanotecnología o inteligencias artificiales están en la mira y por supuesto, el arte y la cultura son parte fundamental de estos movimientos. En el Principio de Libertad Morfológica, el transhumanismo defiende que la tecnología permite al ser humano tener las capacidades a las que aspira su imaginación y así traspasar los límites que nos ha impuesto la naturaleza. Si el ser humano tiene la posibilidad de potenciar sus sentidos, necesita arte que aproveche estas nuevas capacidades. Algo que ya plantea por ahí la película Gattaca, en la que encontramos a pianistas con seis dedos que necesitan obras originales para ser interpretadas aprovechando aquella condición.
Y es que si la inteligencia artificial es una realidad (con todas sus limitantes), podríamos llegar a concluir que quizás lo que llamamos “inteligente”, es decir las capacidades de procesar información, no son necesariamente lo que nos hace humamos a los humanos, quizás la esfera que envuelve a esa inteligencia ha estado siempre en un aspecto más lúdico: la creatividad; ésta es la cúspide de la inteligencia del ser humano. Y si nos enfocamos al arte, que esta sección va de eso, podríamos hablar de la música inspirada en esta filosofía.
Y es que no sólo es la aplicación de la tecnología en la música, como ya hicieron hace tiempo Björk o los músicos del techno o los minimalistas; pienso por ejemplo en Jason Barns, baterista que después de perder la mano y parte del brazo se implantó un brazo robótico, no sólo para poder adaptar una baqueta y tener la posibilidad de seguir tocando, Barns instaló dos baquetas a esa mano artificial y la dotó de la tecnología suficiente para potenciar sus capacidades como músico, lo que le permite llegar a velocidades a las que su cuerpo, por sí mismo, no alcanzaría. Taryn Southern es una cantante que tienen por ahí propuestas con música hecha 100% por una inteligencia artificial. Google desarrollo, hace no mucho, un sintetizador (el NSynth Super) capaz de aprender las formas de componer de un músico y así crear “a cuatro manos” en tiempo real una obra. Ha habido
experimentos en los que en un concierto masivo se ha adaptado la música para coincidir con el ritmo cardiaco de los asistentes; de nuevo, se trata de hacer una simbiosis entre el humano y la máquina.
Hay mucha información en la red si le interesan estos temas que, créame, van más allá de una ocurrencia geek y plantean, como hemos visto brevemente, explorar opciones en un futuro que ya nos alcanzó.