Una cosa es ser el segundo idioma con más hablantes nativos en el mundo, y otra que en los mundos de las nuevas tecnologías el español, como idioma, tenga relevancia. Sí, gran parte de los millones de personas que hablamos castellano lo llevamos a las redes sociales, formando una enorme nación digital en la que nos comunicamos sin el menor problema, pero en el fondo, más allá de la interacción entre personas, el español es todavía un idioma complejo para las inteligencias artificiales. Y es que, por un lado, el director de la Real Academia Española (RAE), Santiago Muñoz Machado, quiere que las grandes tecnológicas como Twitter, Facebook o Google aprendan de ellos un español más académico para no empobrecer al lenguaje; según una entrevista este será el tema principal en la próxima edición, la XVI, del Congreso de la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE) a celebrarse la próxima semana en Sevilla, España, en donde están invitadas esas y otras grandes empresas tecnológicas para, en palabras de Muñoz Machado, buscar la forma de “regular el lenguaje de las máquinas”. Sin conocer todavía las conclusiones que se darán en el congreso, podemos prever que se buscará una colaboración más estrecha con las empresas tecnológicas para depurar y actualizar diccionarios, así como la promoción de usos correctos del español en todos sus productos, habrá que ver qué tanto dejan meter las manos a los académicos.
Lo cierto es que, como mencionamos al principio, el problema real no radica tanto en la interacción entre hispanoparlantes que nos hacemos entender con todo y las deficiencias ortográficas, sintácticas o culturales; ni siquiera en los editores o técnicos que generan y muestran los contenidos, que no lo hacen, digamos, tan mal; más bien, el problema real radica en cómo entienden nuestro idioma los cerebros electrónicos que están detrás de todo. Podríamos decir que la Inteligencia Artificial, que cada vez tiene más relevancia en la creación de contenidos, entiende el español más o menos como lo haría un extranjero que debe viajar a uno de nuestros países y se aprende palabras para hacerse entender, y hay que decir que este turista tampoco maneja niveles muy elevados de comprensión en su propio idioma. Sin embargo, estas Inteligencias Artificiales son nutridas constantemente con ensayos científicos y técnicos (en inglés) para generar cada vez más una mejor comprensión. No extraña que, cuando se trata de entender a un hispanohablante, estas tecnologías lidien no sólo con una pobreza, en comparación, de materiales en castellano en sus bases de datos, además se enfrentan a las variedades lingüísticas distintas en cada región y país (asunto que frecuentemente nos causa a nosotros, humanos, broncas gordas).
Mientras el español siga siendo un “idioma extranjero” para las Inteligencias Artificiales, el aporte, por encimita, que puedan dar los académicos a los gigantes tecnológicos en cuestiones del correcto uso del idioma en sus productos terminará por ser una labor correctiva, de sugerencias o actualización de diccionarios, más que un trabajo proactivo de “enseñanza” directo en las redes neuronales de la Inteligencia Artificial.
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