En casa teníamos, en los 80, un tocadiscos; si no me falla la memoria era un Fisher, sobre un amplificador con sintonizador de radio, debajo un ecualizador de diez bandas y después una doble casetera; un par de bafles reproducían el sonido de aquel Frankenstein, siempre y cuando el amplificador no los “botara” a causa de la deficiencia en la potencia de las bocinas. Los discos compactos mataron aquella tecnología muy rápido. Poco después vinieron algunos experimentos: el minidisc y el disco láser en “formato vinilo”. Hoy he sustituido todo aquello con una tornamesa de Audiotecnica, un amplificador del tamaño de un celular y un par de pequeñas bocinas estéreo. Los vinilos revivieron hace unos cuantos años aprovechando la nostalgia de aquella década y que el poder adquisitivo de los otrora niños que vivimos el cambio de lo analógico a lo digital; pero durante estos años siguió siendo una moda con escaparates reservados a los muy tercos, con algunos años encima, o a jóvenes que hicieron de la nostalgia no vivida una forma de vida: los hípsters.
Pero hoy, por primera vez desde aquellos 80, los vinilos han sobrepasado el número de ventas (que ha crecido imparable desde 2005) y han cobrado venganza, muy lentamente, a aquellos que los destronaron: los discos compactos; hoy se compran 48% menos cedes que en aquella década, y un 4% más discos de vinil. Recordemos que el cambio de lo analógico a lo digital significó una pérdida no sólo en el formato (que ganó en portabilidad), sino también una en cuanto a calidad de sonido, al comprimir al máximo la información que podía contener el soporte físico en la conversión a ceros y unos. Cuando regresó la moda de reproducir vinilos no regreso implícitamente aquella calidad, ya que muchos de esos discos se grababan (y lo siguen haciendo) a partir de copias digitales, y no de los masters, también analógicos. Hoy tener una copia de los 2 miles de aquel “Please please me”, de The Beatles (1962), es muy distinta de aquellas primeras ediciones; en parte porque aquellas primeras grabaciones fueron recogidas en monoaural y no en estéreo y porque aquel sonido “sucio”, provocado intencionalmente, se ha ido limpiando tecnológicamente en remasterizaciones; esas mejoras, a fin de cuentas, rompen con las intenciones de cómo querían los autores que apreciáramos su obra. Por supuesto, las modernas técnicas de grabación tienen enormes ventajas en comparación con esas más antiguas, pero al apelar a la nostalgia y la intención de autores de aquellas épocas uno pensaría que debe implicar conservar esos supuestos “errores” o defectos.
El vinilo está reviviendo entonces en esa guerra de formatos cuya batalla perdió de manera aplastante contra el CD, aunque no con la esencia que lo caracterizaba, es una guerra que va más por atacar la forma que el fondo; y muy lejos todavía de pisarle los talones al streaming, que no sólo está cambiando los formatos, sino también la industria musical (tema para otra colaboración); el streaming, que además ofrece servicios en Alta Fidelidad, representa poco más del 70% de los ingresos de la industria musical.
Los vinilos seguirán siendo parte de la vida de un nicho que, aunque no ha parado de crecer a pesar de que los costos para el consumidor son, por lo menos, del doble, sigue siendo una minoría; y, como ya vimos, la victoria en esta batalla tiene un sabor más bien agridulce.