La reapertura de recintos culturales está empezando a darse alrededor del mundo no con pocas críticas y con reglas no del todo claras; en México, por ejemplo, las salas de cines han abierto sus puertas desde hace algunas semanas con un aforo limitado permitido que deja preguntas acerca de la viabilidad de estos negocios dados los costos que implica esta industria. Por otro lado, los teatros parecen no competir en suelo parejo ya que se les han puesto más trabas para volver a funcionar, aunque en este caso implica la supervivencia de actores, productores, directores y todo el material humano detrás de bambalinas.
Esta semana se anunció que los museos de la CDMX comenzarán a recibir público poco a poco, aunque la experiencia en museos europeos que han decidido reabrir sus puertas se han enfrentado al impacto económico que implica limitar la cantidad de visitantes y algunos, como en el caso de los recintos franceses en los que el gobierno ha invertido millones de euros para no matar la vida cultural, han expresado que profetizan un desenlace catastrófico. En fin, que es difícil encontrar los equilibrios entre los gastos propios de mantener los espacios artísticos y culturales y evitar que se agudice la catástrofe sanitaria.
Con todo, parece que el salto obligado a las nuevas tecnologías como salvavidas de la promoción cultural ha arrojado más números positivos que negativos, con todo y las limitaciones que ésta pueda tener; la propia Secretaría de Cultura de la CDMX ha dado a conocer que hasta la primera quincena de agosto su página, http://www.capitalculturalennuestracasa.cdmx.gob.mx, ha recibido más de 15 millones de visitas y registrado más de 56 millones de interacciones; si pusiéramos esos números al lado de las visitas físicas registradas en el mismo periodo en años anteriores, es muy probable que las visitas virtuales superen por mucho a las presenciales, pero no estamos seguros que las instituciones estén aprovechado del todo este fenómeno para replantearse las bondades que puede aportar la tecnología como vínculo entre creadores y público y, aunque los números son buenos, poco tienen que ver con la calidad de los contenidos y mucho con necesidades sociales que, dados los tiempos, tampoco exigen mucho más.
Pienso por ejemplo en opciones como las que ofrece Second Canvas, que tienen en su catálogo virtual un buen número de aplicaciones culturales atractivas que van más allá de ser una simple galería virtual y que apuestan por la interacción con el público a través de contenidos multimedia y la experiencia inmersiva, características que pocas veces se pueden encontrar asistiendo a un museo, características que también han buscado cómo equilibrar la oferta para no extrañar del todo la visita a los recintos. Están por ahí las apps de los museos de París, la Biblioteca Nacional de España, el Mauritshuis holandés, entre otros. Faltan alianzas para llevar los recintos nacionales a esos niveles.
Y es que, aunque hay muy buenas intenciones para reactivar la oferta cultural en nuestro país, estamos todavía con muchas incertidumbres. Y sí, esta situación va a pasar, pero es muy probable que se den más de estos eventos en el futuro. No decimos que unas apps serán la panacea, va más allá, por supuesto, pero ¿estamos realmente aprendiendo de la experiencia y aprovechando los recursos tecnológicos a la mano para no volver a dejar desprotegida a la industria cultural? Dígame usted.
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