Como lo habíamos vaticinado, el proceso electoral que se vive en seis estados de la república para la renovación de sus gubernaturas cada vez se pone más álgido e intenso. Rompimientos internos, descalificaciones entre simpatizantes de una misma fuerza política, amenazas vengativas, repudio a dirigentes, agresiones físicas y verbales, en fin, todo aquello que siempre sucede en la lucha interna de los partidos y que, innegablemente, es la más cruenta.

En esta disputa no existe debate ideológico, no existen propuestas para ganar simpatías de compañeros militantes. Los órganos de dirección de cada partido, mediante sus normas internas y cochupos legales-electorales, garantizan el éxito de sus propuestas que, por supuesto, pueden ser debatidas en los tribunales que jurisdiccionalmente competan.

La respuesta, incluso iracunda, de aquellos desafortunados que no serán candidatos a la buena, también es un cálculo, y es predecible el costo-beneficio; ese es el principio que mueve las decisiones políticas. Sin embargo, en la política electoral todo cambia minuto a minuto, pronto observaremos si las decisiones tomadas llevan el impulso de garantizar un triunfo electoral o fueron impuestas por el grupo que tiene mayor influencia en los órganos de dirección partidista.

Aunque algunas decisiones, torpemente tomadas en el pasado proceso electoral, acreditan errores políticos-electorales, quienes los cometieron los repiten con resultados que, en muchos de los casos, seguirán evidenciando el desinterés por consolidar un proyecto efectivo, como el que ha propuesto el presidente de la república, Andrés Manuel López Obrador, en lo que ha denominado la Cuarta Transformación.

En alguna ocasión escuché la reflexión que hacía un militante arrepentido del perredismo, poco escrupuloso, pero efectivo en el resultado que le ha provocado su traición.

Los errores en política-electoral muchas veces son como la película de “Nosotros los pobres”, esa cinta clásica del cine mexicano que muchos de nuestra generación conoce. En esa película, el personaje principal Pepe “El Toro” perdía su carpintería por un incendio; “El Torito”, hijo del protagonista, moría en el mismo; y a un personaje llamado “El Camellito”, el tren le cercenaba las piernas. Muchos la vimos más de cinco veces, y cada que teníamos la oportunidad de verla, animados y optimistas, por un momento pensamos que toda la desgracia ocurrida al personaje central no habría de suceder; se repetía la película una y otra vez y, aunque el resultado era obvio, teníamos la esperanza de que esto no sucediera. Muchas veces así son las decisiones políticas en materia electoral, se cometen errores, se continúan cometiendo, pero lo único que no desaparece es la esperanza y el optimismo de pensar que todo habrá de resultar bien.

Los procesos electorales no solo permiten ejercer el sufragio efectivo para elegir a quien nos habrá de representar, los procesos electorales son ejercicios sociales que, a través de la política, despresurizan a una sociedad del hartazgo y la decepción; muchas veces la esperanza la anima, y observa la posibilidad de que las cosas cambien para bien y, de forma casi desesperada, se reconoce a un líder, aunque este haya sido impuesto o solo sea producto del acuerdo de los grupos de poder que, al interior de los partidos políticos, siempre han existido.

Pronto veremos los aciertos o errores cometidos, lo que tal vez nunca veremos es una consecuencia en la vida política de quien cometió dichos errores.

Lo que sí es cierto es que el próximo 10 de febrero concluyen los procesos internos y empieza la madre de todas las batallas para aquellos que buscan gobernar una de las seis entidades en donde habrá elecciones el próximo 5 de junio.

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