La violencia registrada en el marco de un partido de futbol, entre aficionados del Atlas de Jalisco y los Gallos Blancos del Querétaro, provocó, casi al unísono, una respuesta de rechazo ante las agresiones extremas registradas y difundidas en medios informativos y redes sociales.

Circularon los testimonios que hacían patente el horror que vivieron cientos de familias que asistieron a lo que debiera ser una justa deportiva cuyo objetivo es convivir en armonía y disfrutar del encuentro, más que provocar la confrontación.

Durante décadas, el balompié en nuestro país se ha consolidado como una válvula de escape social a los problemas cotidianos y, en los estadios, el rugir de las gradas simplemente refleja cómo la tensión sale de las voces de miles de aficionados que, al disfrutar de un encuentro, se olvidan momentáneamente de los problemas de vivir en una sociedad que, constantemente, muta en sus conflictos de convivencia.

Llamó la atención, de manera singular, el testimonio que dio un aficionado sobre la agresión que sufrió uno de sus amigos, quien, además de ser golpeado hasta dejarlo inerte, fue desnudado como un acto de humillación, para que posteriormente le clavaran en repetidas ocasiones un picahielo en la cabeza.

Habrá que conocer el informe oficial para saber si esta riña colectiva efectivamente provocó decesos y cuántos son. Lo que sí se reportó fue el arribo de casi un centenar de aficionados que fueron ingresados a centros hospitalarios de la capital queretana por diversas lesiones. Es incomprensible la violencia generada, y cualquier acto violento es y debe ser reprobado ante los ojos de cualquier ciudadano. No se debe clasificar la violencia dependiendo de lo agresivo que se presente. No podemos acostumbrarnos a ningún acto violento, y pensar que sólo cuando se ven imágenes como las observadas el fin de semana, es un acto grave.

En los propios testimonios se dice que oficiales encargados de la seguridad abrieron uno de los accesos para permitir que una barra del equipo de casa agrediera a familias de aficionados del equipo contrario. Sin caer en la especulación, y sin dar por hecho algo así, es importante reflejar la percepción que se ha generado a través de medios informativos y de los propios asistentes al encuentro deportivo. La autoridad responsable de la seguridad, azuzando la violencia, pareciera inconcebible; pero puede resultar comprensible cuando hemos visto escenas de ciudadanos agrediendo de forma directa a los oficiales del orden.

¿Qué fue lo que sucedió el sábado pasado?

¿Qué generó tal violencia inusitada, que causó la indignación y la sorpresa de la sociedad mexicana y del mundo entero que, incluso, ha llevado a posibles sanciones al futbol mexicano en el ámbito internacional?

La respuesta se puede encontrar en la contención que existe en grupos sociales y a la costumbre que se ha generado en la última década, por lo menos, al observar actos violentos protagonizados por la delincuencia organizada que parecieran han llevado a la sociedad a acostumbrarse a estos y a replicarlos, como si se tratara de la apología de un delito.

El que comete un delito es un delincuente y, de la noche a la mañana, un ciudadano común provoca lesiones que, por lo menos, pusieron en riesgo la vida de otro ciudadano. Hoy quien provocó esas lesiones se ha convertido en un transgresor peligroso. Este tipo de motivación, el portar una playera distinta a la del equipo que se apoya, no debe hacer olvidar que lo que debe prevalecer en el pueblo mexicano es la unidad nacional, y frenar entre todos cualquier argumento que lleve a la confrontación social.

Ojalá y estos actos violentos no tengan réplica en otro momento de nuestra vida cotidiana, y no hagan acto de presencia en el proceso electoral que habrá de registrarse en próximas fechas en seis estados de la república.

Ojalá, y aunque esto siga siendo grave, la violencia verbal y política solo quede en descalificaciones y campañas negras entre quienes buscan ocupar cargos electorales de dirección, en los diferentes ámbitos políticos que estarán en disputa. Y ojalá que el pueblo solo esté a la expectativa del circo político electoral que, seguramente, pronto habremos de observar.

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