Difícil de creer lo que sucede en la hermana república de Colombia. El presidente de esa nación, Iván Duque Márquez, decidió usar la represión y el abuso de las fuerzas armadas para tratar de frenar las justas manifestaciones que, a lo largo de ese país, se han registrado desde el pasado 28 de abril; esto, como consecuencia de la intentona de incrementar el impuesto a sus ciudadanos o, como él lo ha justificado, la aplicación de nuevas medidas económicas para cubrir la deuda nacional.
La falta de sensibilidad de Duque Márquez es evidente, y muy desatinada al tratar de implementar un nuevo plan económico en un momento tan crítico como lo es la pandemia que ha golpeado al mundo entero, y que para Colombia, sin duda, es su peor crisis sanitaria.
Iván Duque enfrenta un problema económico y de salud pública, y coloca al país en un estado grave; pero además, su impericia gubernamental hoy sitúa a Colombia al borde de un estallido social, esto como una respuesta del pueblo colombiano, ya no a la crisis económica y de salud que enfrenta, ahora, sobre todo, es en respuesta al abuso gubernamental y de las fuerzas del orden, que son las que más han agredido de forma artera a sus propios hermanos connacionales.
Duque Márquez decidió colocarse en el lado de la historia como represor y sus manos hoy se encuentran manchadas de sangre.
Está claro que las ideas libertarias de aquel que expuso la libre determinación de los pueblos, Simón Bolívar, no se encuentran en los idearios del actual gobierno colombiano. La libre manifestación de las ideas es un derecho universal y primordial. El libre ejercicio, al que tiene derecho cada ciudadano, debe ser reconocido y aceptado como la forma más exacta para acreditar la libertad de un pueblo y permitirlo es mostrar a un gobierno tolerante, conciliador y respetuoso de los derechos humanos.
Si bien es cierto que grupos violentos, conocidos como anarquistas, hoy se presentan en las diferentes manifestaciones a nivel mundial para violentar las justas demandas sociales, también lo es que la gran mayoría de los ciudadanos encauzan de forma pacífica el derecho a la sublime libre expresión de las ideas.
Es muy triste observar las imágenes, no de la violencia con la que puede actuar el pueblo como una respuesta a la fuerza represiva del Estado, incluso es comprensible; el pueblo colombiano también responde a meses de confinamiento y a las medidas de toque de queda implementadas por su propio gobierno, que ya daba muestra clara de la forma represiva y autoritaria con que Duque se conduce.
Hace aproximadamente tres meses se permitió la salida de los ciudadanos colombianos a las calles; sin embargo, ignoraron las medidas sanitarias recomendadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y esto provocó un notorio incremento en los contagios y, como consecuencia, el lamentable deceso de cerca de 80 mil hermanos colombianos. A las decisiones mal tomadas, hoy se le suma el asesinato vil y cobarde por parte de las fuerzas armadas de Colombia de 37 ciudadanos, quienes perdieron la vida en defensa de su libre derecho.
Ojalá y esta cifra no se incremente ante la denuncia civil de los 87 hombres y mujeres desaparecidos en el marco de las movilizaciones registradas en días pasados. Es triste lo que viven nuestros hermanos colombianos, por fortuna organismos internacionales ya han puesto su atención en lo que sucede en esa nación y han fijado una posición de repudio a actos tan viles como los que ahí ocurren, entre los que se cuentan el homicidio, el abuso sexual y la violación, todo esto repudiable y que nos evoca las épocas en donde la barbarie era una forma de vida.
Ahora todo parece indicar que, además de la represión, el gobierno colombiano pretende castigar a sus compatriotas restringiendo la aplicación de la vacuna contra el Covid-19, como una medida de castigo al pueblo colombiano. Esto al tiempo podría calificarse de un lamentable genocidio.
Los pueblos de Latinoamérica son pueblos de libertades y jamás se aceptarán acciones tan repudiables como las represivas que han manchado de sangre las calles de Colombia.
Solidaridad hacia ellos y en memoria de los caídos. ¡Hasta la victoria siempre!
Diputado federal.