Si el amable lector o lectora, se ha considerado siempre persona progresista, defensora de los “derechos” de los animales (no humanos), y al mismo tiempo, puntualmente, cada domingo degusta de suculentas carnitas o barbacoa en cualquier puesto improvisado en alguna avenida o paraje de una carretera, esperamos que al término de este breve artículo, pueda recapacitar en su conducta, en una época del año en que lo que menos importa es la moderación en el saciar el apetito, en medio de renovados deseos -malogrados en la mayoría de los casos- por mejorar como seres humanos.

En efecto, como parte de la moda por replicar causas de otras latitudes, en especial, lo que acontece en España y Portugal, en los últimos años en nuestro país ha comenzado un movimiento para prohibir las corridas de toros, olvidando en el debate etapas previas ya recorridas en la península ibérica, asuntos más urgentes que requieren su atención en una agenda “animalista”.

Dicho lo anterior, hay que reconocer que ha habido avances, en particular en la CDMX, en el tema de la protección de los animales de compañía, como en la prohibición de los animales de carga y la desaparición de  las redadas caninas, sin embargo, se pasa por alto el brutal maltrato, el sufrimiento innecesario que se cierne todavía sobre los animales destinados para consumo humano en rastros registrados y clandestinos en todo el territorio nacional, incluyendo iguales prácticas -en una escala doméstica- por pobladores de localidades suburbanas, dedicados a la crianza y sacrifico de dichos animales para el negocio de comida, que ofrecen directamente en sus comunidades y en las ciudades.

Si bien, existe regulación en la materia, a través de normas oficiales mexicanas (NOM), la corrupción y la omisión de las autoridades hacen de ellas letra muerta.

Siendo un niño, recuerdo con terror aquel programa de periodismo “60 minutos” transmitido los domingos casi a medianoche a principios de la década de los años ochenta, en que se documentaba la crueldad con que se sacrificaba a los animales en los mataderos, en los antirrábicos.

En 2009, por entones, asesor parlamentario, haciendo eco de una matanza perpetrada en un refugio de perros, escribimos en El Universal “Legislar por los animales”, proponiendo una ley general (nacional) para establecer mayores controles de supervisión en los rastros y/o mataderos registrados, clandestinos y particulares, escuchando a autoridades sanitarias y a la sociedad civil organizada, endureciendo las penas contra el maltrato y sufrimiento inaceptable. Hoy, tal demanda es más que vigente.

Paul McCartney afirma con razón que “Si los mataderos tuvieran paredes de cristal, todos seríamos vegetarianos” en referencia a su decisión de volverse vegetariano desde 1975, luego de reflexionar sobre el sacrificio animal que está detrás de la alimentación humana, como el permanente estrés que sufren durante toda su vida en granjas y cautiverios.

Lo cierto es, que los animales no tienen derechos -partiendo de que la voluntad es esencial para su ejercicio- pues de lo contrario, hubiéramos tenido que pedir su consentimiento a muchos de ellos para formar parte de nuestra dieta diaria o para nuestro vestimento, en suma, lo que debe haber son deberes ante ellos, en virtud de que gracias a su sacrificio, o la intromisión a su hábitat, la especie humana puede sobrevivir.

El desaparecido jurista español Zarraluqui Sánchez-Eznarriaga, señala con precisión que dichos deberes se extienden al reino animal y vegetal, en cuyo apropiamiento o uso (como objetos) debe incluir cierto cuidado o protección.

Si con crudeza se tiene que reconocer que para alimentarse los seres humanos se requiere el sacrificio de muchas especies animales, esto debe implicar, hacerlo con el menor dolor posible, convirtiendo esto en un principio humano, en gratitud, reivindicando nuestra especie como civilizada.

En Francia ya hay establecimientos que deciden congelar a los peces como método para quitarles la vida, luego que se ha demostrado que sufren estrés en los criaderos y lo perjudicial que liberen toxinas luego consumidas por los humanos. En España escuché hace unos años que en Europa se discutía prohibir “hervir” vivos a los gusanos de seda durante el proceso para convertirlo en tela. Igualmente, hay movimientos para prohibir el sufrimiento y sacrificio de animales para apropiarse de su piel o plumaje.

En lo que respecta a México, es tiempo ya que se aborde con seriedad por autoridades federales, estatales y municipales, para terminar con este baño de sangre innecesario que aún persiste. Involucrando a las empresas de alimentos, restaurantes y centros comerciales para sumarse a una campaña -mediante certificación- de ofrecer productos animales para el consumo humano libres de sufrimiento.

Usted, lector o lectora, pedirle su reflexión antes de seguir consumiendo comida de dudosa procedencia, elaborada en muchos casos a través de estrangulamiento con cables, degollamiento a través de navajas caseras, muerte a palos, y en muchos casos, el desollamiento (desprendimiento de piel) del animal aún moribundo; sin obviar, el método de la dislocación del cuello para aves como pollos, patos y guajolotes (pavos), que se intensifica en esta temporada.

Hoy existen instrumentos tecnológicos asequibles, prácticos, portables y de menor costo, principalmente eléctricos que permiten hacerlo sin dolor y sufrimiento. Su uso y aplicación debe ser inexcusable para granjas y cadenas de comida, mientras que a nivel municipal se puede ofrecer gratuitamente el servicio a las personas que se dedican a tales actividades al menudeo.

Como escribimos hace 15 años, la manera en que tratamos a los animales es un reflejo de la forma en que nos relacionamos como sociedad, los datos duros están a la vista, nuestro país se ubica entre aquellos con mayores índices de homicidios por habitantes.

El Estado no puede obligar a la población a volverse vegetariana, pero sí puede, siendo un deber moral y legal, dejar de simular ante la barbarie contra aquellos seres vivos no humanos que les toca como destino habitar en estas tierras antes de su sacrificio en aras de alimentarnos.

En lugar de estar alardeando a la comida mexicana por la cuestionada declaración internacional como bien inmaterial de la humanidad, empecemos por revisar la forma en que es preparada, y de paso, veámonos en el espejo como sociedad.

Autor de las obras Derecho a la Identidad Personal y Cédula de Identidad en México, editorial Civitas&Universitas, 2022.

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