“Por el bien de todos, primero los pobres”. “No puede haber gobierno rico con pueblo pobre”. “La autoridad moral es lo más importante”. “Con el pueblo todo, sin el pueblo nada”. “Prohibido prohibir”. “Dar de comer a quien nos da de comer”…
En el discurso más importante de su carrera política, el de su toma de protesta no solo como presidenta de la República, sino como la primera mujer que gobierna México en “al menos 503 años”, Claudia Sheinbaum dedicó más de 10 minutos —prácticamente la cuarta parte de este— a repetir las frases del caudillo saliente, y a llenar de loas al “hermano, amigo, compañero” a cuya sombra se desarrolló su carrera política y al que debe su llegada a la Presidencia de la República.
En esos primeros minutos de discurso lo llamó “grande”, “el dirigente político y social más importante de la historia moderna”, “el presidente más querido”. Lo comparó con Lázaro Cárdenas y le alzó un altar ante la nación “donde solo residen los que luchan toda la vida, los que no se rinden”.
“Usted estará siempre en el corazón del pueblo de México”, decretó. “Profundas gracias, gracias, gracias por siempre”.
A lo largo de 11 cuartillas, no hubo mención ni una muestra de empatía para las víctimas del sexenio más sangriento de la Historia. Solo dos minutos dedicados al problema de la violencia y la inseguridad, que la presidenta aprovechó para darle un raspón al exmandatario Felipe Calderón:
“No regresará la irresponsable guerra contra el narco de Calderón, que tanto daño le sigue haciendo a México”.
Minutos antes le había asestado otro mandoble al expresidente Ernesto Zedillo (“Piénsenlo solo un momento. Si el objetivo hubiera sido que la presidenta controlara la Suprema Corte hubiéramos hecho una reforma al estilo Zedillo. No, eso es autoritarismo, nosotros somos demócratas”), sin que la débil, dócil, ninguneada, silenciosa, inexistente oposición presente en el recinto, diera el más mínimo acuse de recibo.
“Insultó a sus presidentes sin que panistas y priistas siquiera pestañearan”, lamentó uno de los legisladores.
Peor aún: durante los 40 minutos que duró el discurso, Sheinbaum no dio señal alguna de acercamiento, de búsqueda de consenso, de fin de la polarización. De hecho, terminó el discurso lanzando, antes que a México, vivas a “la cuarta transformación” que la llevó al poder.
Cuando mucho, llamó a evaluar “con la cabeza fría qué pasó durante estos seis años en que el modelo de desarrollo del país pasó del fracasado modelo neoliberal y el régimen de corrupción y privilegios” a uno que surgió “del amor al pueblo y de la honestidad”: el llamado “humanismo mexicano”, en el que, “aceptémoslo —dijo— a todas y a todos les ha ido mejor”.
En el juego de señales que fue el discurso inaugural de su gobierno, la presidenta dejó en claro que la única oposición que le interesa, y con la que tendrá que sentarse a negociar, es la de los socios comerciales, canadienses y estadounidenses (“la cooperación económica fortalece a las tres naciones”), así como la de los accionistas nacionales y extranjeros, a quienes tendrá que convencer de que sus inversiones “están seguras en nuestro país”.
Fue, en general, un discurso de celebración del Caudillo, de ensalzamiento a la historia de monografía y de libro de texto (“Josefa Ortiz, quien no solo dio el taconazo para iniciar la Independencia, sino que sabiamente expresó: no se debe premiar a quien sirve a la patria, sino castigar a quien se sirve de ella”), y de anuncio de continuidad del régimen que López Obrador impuso violando las leyes y la Constitución.
Sin mayores argumentos, Sheinbaum negó la militarización del país, nomás porque ella lo dijo: “Quien crea que la Guardia Nacional estando en la Sedena es militarización, está totalmente equivocado”. Negó también que se esté llevando a cabo la construcción de un régimen autoritario, nomás “porque nosotros somos demócratas”.
En el discurso en el que dio el banderazo de salida la edificación de la figura y el mito del Nuevo Padre de la Patria, se anunció la continuación y aun el aumento de los llamados programas del bienestar: de la pensión universal, de las becas Benito Juárez, de Sembrando Vida, de Jóvenes Construyendo el Futuro… Del IMSS Bienestar y del Tren Maya… Todo con frases y palabras de AMLO.
En medio del tumultuoso homenaje, el único punto de quiebre con el sexenio que acaba de terminar fue el aviso de que la producción diaria de más de 1.8 millones de barriles “es ambientalmente insostenible”, por lo que se echará a andar un programa de transición energética hacia fuentes renovables de energía —algo que a López Obrador seguramente le dolerá.
La parte final del mensaje, dedicada al tiempo de las mujeres, fue la mejor, porque no parecía estar hablando AMLO, sino por primera vez la presidenta de México.
En cuanto Sheinbaum terminó de hablar, estallaron los vítores de Morena y sus aliados, no dirigidos a ella, sino al expresidente.
Tal vez la otra oposición esté también en el partido oficial, pero por lo pronto, el tiempo de Sheinbaum ha comenzado.