En solo unas horas del pasado 26 de mayo, ocho personas perdieron la vida en calles de Tijuana. Fueron halladas en contenedores, o las encontraron en la vía pública cubiertas con lonas y cobijas, o las ataron con cuerdas antes de tirarlas, o les dispararon en el tórax, la cabeza, la espalda.
Así cerraba un día más en Tijuana, uno de los cinco municipios del país con más altos niveles de violencia en los últimos 12 meses; un lugar donde se comete 75% de los homicidios que ocurren en Baja California: una ciudad en la que, de un mes a otro, las ejecuciones crecieron 31.4% según conteo de Lantia Consultores.
Tijuana encabezó, en 2019, la lista de ciudades mexicanas con mayor número de homicidios. Ese año se cometieron en sus calles 2,185. Más que en ninguna otra. En 2018 rebasó también los dos mil asesinatos.
A lo largo de su historia, Tijuana solo ha pasado de mil homicidios al año en dos ocasiones: en 2009 (1,118) y en 2010 (1,256). En esos años, El Chapo Guzmán envió a su gente a apoderarse de dicho paso fronterizo, aprovechando los descalabros que el Cártel de Tijuana había sufrido a lo largo de la década —el golpe más reciente lo constituía la detención en 2008 de Eduardo Arellano Félix.
Fueron los años en que aparecía gente colgando de los puentes, con los testículos en la boca: los años del siniestro Teodoro García Simental, El Teo o El Tres Letras, y del más siniestro aún Santiago Meza López, El Pozolero, albañil que, según su propia confesión, acabó disolviendo en ácido más de 300 cuerpos.
Después de un periodo de calma, 2016 se convirtió de pronto en el año más violento en diez años. Ese repunte coincidió con la aparición, desde el año 2015, de narcomantas que anunciaban la llegada a la ciudad del Cártel Jalisco Nueva Generación: el llamado “cártel del sexenio” (tuvo una expansión brutal en el de Peña Nieto) se iba apoderando de puertos del Pacífico y el Golfo. Ahora lanzaba a sus sicarios en pos de la frontera.
En poco tiempo, para hacerle frente al Chapo, los enviados del CJNG pactaron con lo que quedaba del cártel de los Arellano. El nuevo grupo, el Cártel Tijuana Nueva Generación, tomó posesión de la ciudad fronteriza, y luego se extendió a Tecate, Mexicali y Ensenada.
En agosto de 2019, un “olor a químicos” llegó de noche hasta el cuartel en donde dormían soldados de la Segunda Zona Militar. Supieron de inmediato que en algún lugar cercano se estaban cocinando drogas sintéticas, y fueron a buscarlas.
A cuatro kilómetros hallaron un narcolaboratorio en el que decomisaron seis toneladas de metanfetaminas.
Un mes después, un hombre que fue a visitar la propiedad abandonada donde su padre había muerto, halló utensilios y objetos sospechosos. Pidió auxilio a las autoridades, quienes constataron que se trataba de un laboratorio para producir cristal.
Ese año se habían detectado al menos tres narcolaboratorios más. Una investigación del semanario Zeta reveló que a partir de 2015 los laboratorios de los narcos iban infestando la frontera.
Al ser producida en Tijuana, la droga evitaba pasar por territorio enemigo (Sinaloa y Sonora), y tenía que recorrer menos kilómetros para llegar al gran mercado estadounidense. De esa forma el cártel tendría que entregar menos dinero, por medio de sobornos, “a quienes permiten que la droga llegue a la frontera”.
A finales de 2019, en un solo laboratorio, se aseguraron más de 500 kilos de “cristal”.
La abundancia de droga, las recientes detenciones de miembros de la delincuencia organizada, y el reacomodo inevitable de las bandas criminales, desató la lucha por el control de la venta de enervantes que hoy sacude Tijuana. Autoridades locales explican de este modo el repunte: sicarios contra sicarios, gatilleros intentando “limpiar” a los grupos rivales.
Entre marzo y abril, Lantia registró un salto de más de 30% en los homicidios relacionados con el crimen organizado. En lo que va de mayo, se han reportado 148 nuevos homicidios (806 en lo que va del año)
Aunque la ciudad aún se encuentra por debajo de la incidencia de 2019, las cifras del último mes muestran una tendencia a la alza: el crimen organizado trae su propia epidemia.