Hace tres años México entró con euforia en la era de Andrés Manuel López Obrador . La noche del triunfo era imposible caminar por el Zócalo . Decenas de miles de personas abarrotaban la plancha. Había banderas ondeando en el aire, se oía música, gritos, cantos. Mucha gente lloraba. Los desconocidos se abrazaban.
Desde el Ángel de la Independencia la multitud avanzaba exultante. En una pantalla colocada en el Zócalo se leía un mensaje: “Gracias México, no te voy a fallar”.
Era la noche de la ilusión. Una noche histórica.
Sonaba “Cielito lindo”. López Obrador prometía no mentir, no robar, no traicionar al pueblo. Abajo del templete el rugido era atronador: “¡Ganamos!”, “¡Es un honor luchar con Obrador!”. “¡Sí se pudo, sí se pudo!”. “Presidente, presidente!”.
Recuerdo que día siguiente algunos medios mostraron cómo había quedado la composición política de la Ciudad de México tras el tsunami obradorista.
En las alcaldías de Álvaro Obregón, Azcapotzalco, Cuauhtémoc, Gustavo A. Madero, Iztacalco, Iztapalapa, Magdalena Contreras, Miguel Hidalgo, Tláhuac, Tlalpan y Xochimilco… Todo estaba pintado con los colores de Morena. En el Congreso, el partido de López Obrador se había llevado 37 de 66 escaños.
Solo algunas pinceladas desentonaban en el mapa de la capital. Correspondían a las alcaldías en que habían ganado los candidatos de los otros partidos: una para el PRI, otra para el PAN, tres pintadas, aquí y allá, para la coalición Por la CDMX al frente. Aquello era realmente apabullante.
En las elecciones ocurridas tres años más tarde, el dato principal es que el humor social cambió y la euforia de aquellos días, de aquella noche, desapareció.
Al gobierno más poderoso que ha tenido la izquierda mexicana le tomó tan solo tres años apagar con un cubetazo de agua helada las esperanzas de cambio en que se fundó aquel júbilo mayoritario. Tan solo tres años para encaminarse, en la misma ciudad en que arrasó en 2018, hacia una elección muchísimo más cerrada de la que se estimaba hace unos cuantos meses.
Desde las primeras horas del domingo hubo colas de hasta hora y media en algunas casillas de la ciudad. No recuerdo una elección intermedia que se viviera con tanta intensidad, que levantara tanto revuelo, que concitara de manera tan unánime “la obligación de ir a votar”.
Hace tres años se oía el “Ya se van”, dirigido a los priistas.
Ahora, en las horas previas a la elección, un sector importante de los votantes, al que movió la necesidad de poner freno al proyecto autoritario, de decir NO al país de un solo hombre, hizo que las encuestas se cerraran en varias alcaldías o fueran francamente desfavorables al partido del Presidente.
Lo que en noviembre pasado parecía ser un paseo por el campo, se volvió para Morena una caminata por un sendero de abrojos, incluso en alcaldías que parecían ganadas de calle.
¿Quién diría que en las primeras horas de la noche la moneda seguiría en el aire perfilando resultados cerrados o adversos para Morena en Cuauhtémoc, Álvaro Obregón, Azcapotzalco, Miguel Hidalgo, Coyoacán, Venustiano Carranza, Magdalena Contreras, Benito Juárez y Álvaro Obregón?
La Ciudad de México ha apoyado desde 1997 a los gobiernos de izquierda. Ha sido el gran bastión en la defensa de los derechos y las libertades. Como reza el lugar común, es la ciudad más progresista del país. En 2012 los partidos del Movimiento Progresista se repartieron 14 de las 16 alcaldías. Tres años más tarde volvieron a quedarse con 11.
En 2018 la ciudad castigó al PRD arrebatándole todo lo que tenía y lanzó al pozo del desprestigio al exjefe de gobierno Miguel Ángel Mancera , que había alcanzado el poder con niveles históricos de aceptación y votación.
Al llegar a la mitad de su gobierno, el largo recuento de fracasos y decepciones ha hecho visible lo que hace tres años no podía verse: que López Obrador no entiende ni sabe cómo resolver los grandes problemas nacionales. Que López Obrador no es el gobernante que la izquierda de la capital esperaba. Que ha fallado en detener la violencia, que su gobierno tiene uno de los peores manejos de la pandemia el mundo, con medio millón de muertos; que abandonó a los niños con cáncer, que le dio la espalda al feminismo, que hizo crecer la pobreza y disparó el desempleo en tanto derrochaba miles de millones en caprichosos proyectos de infraestructura…
Hoy es inobjetable que el clima y el humor social de hace tres años han desaparecido: que la euforia alrededor de él se apagó.
Para un gran sector de la población, a la que él mismo ha injuriado, agraviado, excluido, insultado, le quedan solo la decepción, el desencanto, el enojo: la idea de que su voto fue traicionado.
El clima de ayer demuestra, sin embargo, que una parte importante de la ciudad, López Obrador ya la perdió.
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