Había anunciado su entrada al paraíso: dijo que al entregar la banda presidencial iba a retirarse a su finca, de nombre “La Chingada”, para entregarse por completo a una vida entre ceibas, cedros, flamboyanes y guayacanes.
Caminar temprano, “porque por el calor suda uno”. Más tarde, “al baño y luego a desayunar y escribir”. “Por el calor se acostumbra la siesta, que es muy sana y además divide el día en dos, es después de la comida, la hamaca, una hora, hora y media, y luego un baño, y de nuevo (escribir) dos horas y otras dos horas y ya llegó la tarde-noche y a escuchar los ruidos de la naturaleza, los grillos, los sapos, las ranas y ya la noche. Y luego, cuando hay luna llena, imaginen, el cielo estrellado y la sombra de los árboles y el aullido de los saraguatos…”, relató embelesado.
Había reunido una bibliográfica de entre 80 y 100 libros clásicos que le ayudarían a pasar tres años escribiendo una obra “sobre la grandeza cultural del país, para que nunca más nos acomplejen”. Había dicho que ya no podía forzar más “mi pobre corazón”: “La carrocería ya no anda bien, entonces ya cierro el ciclo”.
Pidió que no lo buscaran. El gigante iba a retirarse después de culminar su obra. “Les vuelvo a pedir a todos que ya no me busquen allá… pedirles que me ayudan si no me visitan, porque si van, lo van a usar de pretexto mis adversarios disfrazados de periodistas para ir a espiarme. Entonces, quiero tener tranquilidad para poder dedicarme a escribir. Ahora, si no me hacen caso, yo voy a empezar a sospechar, voy a decir: estos son conservadores, me voy a empezar a preguntar: ¿Y de parte de quién?”.
En los últimos meses se apresuraron los trabajos de remodelación de la quinta. Se construyeron “cuartos tipo departamentos”, se abrieron pozos sépticos y cajas de registro. Se hicieron labores de desagüe y de electricidad.
Hoy se sabe que su gobierno invirtió dos mil millones en los alrededores de la finca. Que a cinco minutos de su casa se levantó un hospital del ISSSTE, “con servicio de urgencias, 20 camas y equipo con tecnología de punta” (686 millones, según la información dada a conocer por Latinus). Que en un radio de 4 kilómetros se levantó un cuartel militar, un campus del IPN, una estación del Tren Interoceánico, y un edificio de oficinas del Tren Maya. Que las vialidades fueron remodeladas y se abrieron parques, ciclovías, calles…
Todavía el domingo 22 de septiembre anunció que se retiraría a su rancho para escribir su libro. Llevaba tres años anunciando su retiro. Pero de pronto, el jueves 26, todo quedó en el aire. López Obrador avisó que no hay fecha definida para que se vaya de México: “No me iré de inmediato. Puede que sea dos días después, tres días después o incluso una semana después”.
AMLO alegó que antes de irse iba a “aclimatarse”. Desde hace tiempo, sin embargo, le preocupa a su círculo cercano el tema de su seguridad: López Obrador no solo iba a meterse entre los grillos, los sapos, las ranas y la noche. En realidad iba a meterse a un territorio en el que hay más balazos que abrazos, y en cuyos alrededores el Cártel de Sinaloa y el Cártel Jalisco Nueva Generación han emprendido una guerra que parece no tener fin.
Los municipios colindantes a Palenque están ardiendo. En Ocosingo, los grupos criminales se han apoderado de las comunidades y de los caminos, y han desatado una verdadera epidemia de extorsiones. Grupos de “polleros” ejercen el cobro de piso: en lo que va del año, han ocurrido más de 12 ataques contra comunidades indígenas.
Además de la violencia desatada en Tila, Tumbalá y Salto de Agua, los municipios colindantes con Tabasco se han convertido en focos rojos por la inseguridad, los conflictos intercomunitarios, la ola de secuestros y homicidios.
Empresas turísticas nacionales y extranjeras han cancelado sus paseos a Bonampak y Yaxchilán, y piden a los visitantes, debido a la presencia de grupos armados, mantenerse en el interior de la zona arqueológica de Palenque, donde en diciembre pasado se registró la temporada más baja de los últimos años —según la Asociación de Hoteles y Moteles de Palenque—, y en donde la ocupación hotelera cayó por debajo de 50%.
En su visión idílica del mundo y en la ceguera de lo que ha provocado su propio gobierno, López Obrador quiere meterse en el ojo de un huracán: un estado donde la situación cada día se vuelve más tensa, en donde miles de personas huyen de sus comunidades, en donde se registran más de mil desaparecidos, y en donde la Diócesis de San Cristóbal ha denunciado un alza alarmante en los delitos.
Enfrentamientos armados, bloqueos, conflictos intercomunitarios, secuestros, asesinatos sacuden Frontera Comalapa, Chicomuselo, Siltepc, Motozintla, El Porvenir, Bellavista, La Grandeza, Altamirano, Maravilla Tenejapa.
El homicidio por arma de fuego subió en Chiapas 59%. “Las armas no están pasando, las armas se están quedando”, advirtió la directora del Observatorio Ciudadano del estado. Las extorsiones dejaron de hacerse por teléfono y se volvieron presenciales. Los datos oficiales indican la aparición de delitos que antes no existían en Chiapas.
Causa en común colocó al estado durante dos años consecutivos en el segundo lugar de víctimas de atrocidades. Nunca antes había existido en Chiapas una violencia y una inseguridad como la que existe hoy.
López Obrador quiere meterse entre sus saraguatos, sus grillos y sus sapos. Pero le redujo drásticamente la seguridad a otros expresidentes y no se ha resuelto aún el tema de la suya. “Va a ser la gente quien me cuide”, ha dicho. Mientras tanto, hay reportes de drones sobrevolando la finca, vaya usted a saber por qué.
Así que el todavía presidente ha anunciado que la entrada al paraíso queda temporalmente suspendida, en lo que se “aclimata”.
Podrá aclimatarse él, pero Chiapas sigue bajo el crimen, y bajo las balas.