El estruendo que desataron en la ciudad de México las marchas feministas de la semana pasada ahogaron mediáticamente su caso. Nancy Flores bajó el sábado 10 de agosto, a las tres de la tarde, desde una colonia marginada de la delegación Magdalena Contreras. Era cumpleaños de uno de sus hijos, pero ella debía acudir a una terapia en la avenida Obrero Mundial.
No se sabe si llegó a la cita.
Sus familiares desconocen el nombre del médico que la trataba, así como la ubicación exacta del consultorio.
Nancy se había vuelto aprehensiva. Se reportaba constantemente con sus hijos, de 17 y 24 años, para saber qué estaban haciendo y cómo se encontraban. La colonia en la que habitó hasta el sábado aquel, El Tanque, está en un rumbo marcado por el abandono, el olvido, la inseguridad.
Los vecinos suelen quedarse sin luz, sin agua, sin servicios. Los encargados del camión de la basura quieren cobrar para llevarse los desperdicios. “Y es que nadie quiere subir hasta allí, porque es una de esas colonias en las que seguro te asaltan”, dice una compañera de trabajo de ella.
A Nancy le preocupaba el entorno de violencia que azota el barrio. Los robos, los asaltos, el narcomenudeo. Pero había algo más. El año pasado, su esposo fue asesinado en calles de la colonia. Un par de sujetos que se desplazaban en moto lo balearon a las puertas de su casa. De los autores del crimen, las autoridades de la ciudad no volvieron a saber más.
Era por eso que ella se reportaba siempre, y fue por eso que sus hijos supieron que algo estaba mal aquella tarde. La comunicación se perdió por completo.
Ese mismo día, varias horas de angustia después, la familia presentó una denuncia en la Fiscalía Especializada en la Búsqueda, Localización e Investigación de Personas Desaparecidas de la ciudad de México. Se lanzó una ficha: “Edad: 40 años. Estatura: 1.58. Complexión: delgada. Tez: Morena clara. Frente: mediana. Boca: pequeña. Cejas: depiladas…”.
Nancy era empleada administrativa en la 1ª Visitaduría de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, CNDH. El organismo activó esa misma noche el protocolo de búsqueda. La comenzaron a rastrear en procuradurías de justicia, servicios médicos forenses, hospitales y centros de reclusión.
Al mediodía del domingo alguien le informó a una colaboradora de la visitaduría que un cuerpo con características semejantes a las señaladas en el boletín había aparecido en una comunidad cercana a Valle de Bravo, en el estado de México.
El cuerpo había sido abandonado a un costado de la carretera, a la altura de Las Casitas. Tenía el rostro cubierto con una sudadera y estaba maniatado. Muy cerca se hallaba un zapato de color azul.
A los peritos los sobrecogió la saña bárbara con que la asesinaron. El cuerpo presentaba cinco heridas provocadas por arma punzocortante. Una de estas le había seccionado el esófago, la tráquea y los vasos sanguíneos.
Su familia la identificó el lunes. Nancy fue velada en su propia casa y enterrada el miércoles 14. La fiscalía del estado de México abrió una segunda carpeta, esta vez por homicidio.
En la ciudad de México se inició una pesquisa de inteligencia técnica y trabajo de campo. Se creyó al principio que el crimen podría estar relacionado con la actividad laboral de la víctima. Pero Nancy no manejaba ningún tipo de información sensible.
Los trabajos de inteligencia no tardaron en colocar en la mira de la justicia a la última persona que estuvo con ella: un conocido con el que, según la telefonía, Nancy se reunió el día de la desaparición. El sujeto, sin embargo, no ha sido localizado por el gobierno capitalino.
Los grafitis y los vidrios rotos de la marcha del viernes desviaron la discusión hacia un asunto que no debiera ser prioritario. Porque la muerte de Nancy Flores se dio en un contexto de violencia desbordada contra las mujeres –feminicidios, abusos, violaciones--, cuyas crestas no se habían registrado en la ciudad nunca antes.
Un contexto en el que la impunidad campea, y en el que el gobierno capitalino parece incapaz, no solo de manifestar empatía, sino de aportar mínimas respuestas.
El crimen de Nancy, los crímenes cometidos contra las mujeres durante los meses más violentos en la historia de la ciudad de México, no pueden ser olvidados porque entonces serán normalizados.
Por esta vez, dejemos para más adelante la discusión sobre los vidrios, y sobre las piedras. Y que el gobierno de la capital entregue respuestas.