Todas las noches se escucha por allá el tableteo de las armas. Los habitantes de Ciudad Alemán, en la frontera chica de Tamaulipas (alrededor de 20 mil), pasan la mayor parte de las noches encerrados en sus casas.
Cuando cae la oscuridad, se oye primero el rugir de los “monstruos”: camionetas blindadas y con motores arreglados que pasan a toda velocidad rompiendo la noche en alguna parte. Instantes después, comienza el ladrar de las armas largas.
La gente escucha cerca o lejos el ruido de las persecuciones. Sube, audios, videos, fotografías, a las redes sociales.
Acabo de escuchar los sonidos de Miguel Alemán una noche cualquiera. Armas tronando sin parar.
Autoridades estatales afirman, sin embargo, que “jurídicamente” no hay manera de probar que alguno de estos eventos haya ocurrido.
A diferencia de lo sucedido hace diez años, en el momento más descarnado de la guerra entre grupos del crimen organizado, no hay muertos, no hay denuncias, muchas veces solo quedan los rastros de las balas sobre algunas fachadas.
Y es que esa guerra dio un giro. De acuerdo con las autoridades, luego de cada enfrentamiento los sicarios se llevan a sus muertos. De ese modo los enemigos ignoran cuántas víctimas cobraron, y no existe así la percepción de que “se calienta la plaza”.
Los enfrentamientos se conocen la mayor parte de las veces a través de denuncias ciudadanas. Pero las denuncias ciudadanas tampoco son enteramente confiables. El crimen organizado manipula las redes para imponer versiones, percepciones. Los medios de comunicación, mientras tanto, viven perpetuamente amenazados con temor de reportar los horrores que suceden a diario.
En Ciudad Alemán no existe policía municipal. La seguridad está a cargo de la Sedena, de la Guardia Nacional y de la Policía Estatal. “Y ni así se controla la situación”, afirman fuentes de seguridad consultadas.
Ciudad Alemán es el epicentro de una guerra entre el Cártel del Golfo y el Cártel del Noreste. Pero los ecos de esa guerra no se reflejan en los medios: el país los ignora.
Según datos del Inegi, Miguel Alemán ocupó en 2020 el primer lugar en homicidios en México, con una tasa de 38.50 por cada 100 mil habitantes.
Los ranchos de los alrededores están llenos de fosas.
En la carretera que corre entre Miguel Alemán y Nuevo Laredo, se ven más cruces que recuerdan a los muertos que autos circulando.
Esa carretera divide los territorios del Cártel del Noreste y del Cártel del Golfo. A la derecha de donde hay una sucursal bancaria comienzan los dominios de uno; a la izquierda, los de otro.
Un día sí y otro también, Miguel Alemán amanece con camiones incinerados en los caminos y con neumáticos que arden entre flamazos de petróleo.
—Una sola pregunta: ¿cómo se vive día a día por allá? —le pregunto a un funcionario federal.
—Si se le puede llamar vivir, pues tú imagina el escenario —responde.
En agosto de 2021, el entonces alcalde de Alemán rogó a los cárteles que hicieran una tregua. Les pidió “poner paz al infierno que vive la región”.
“Quiero que haya tranquilidad, quiero pues que no haya violencia, decirle a la delincuencia organizada que ya no queremos más guerra”, dijo.
Acababan de aparecer en la carretera ribereña, entre Miguel Alemán y Mier, los cadáveres despedazados de 9 personas. Sin armas, vestidos con equipos tácticos, en medio de trapos, ropa, zapatos, diversos objetos regados. Algunos de los muertos tenían los sesos o los intestinos de fuera. A otro le habían dejado un machete clavado en la cabeza.
Vinieron madrugadas de ejecuciones, persecuciones, tiroteos, enfrentamientos.
Nada de eso ha parado y los muertos se recogen por racimos.
“Vivimos en el infierno”, me dicen habitantes de Miguel Alemán, a mitad del choque entre dos grupos de los grupos criminales más poderosos de México.
“Mande usted este mensaje —agregan—: Aunque nunca ha venido, necesitamos su ayuda, señor presidente”.