A las 17:30 del viernes pasado, Silvano Rodríguez, encargado de permisos construcción del panteón Sanctorum, uno de los más antiguos de la ciudad de México –en su iglesia está inscrita la fecha de 1668–, realizó el último rondín del día, antes de cerrar el acceso al público, para invitar a salir a los visitantes rezagados.
El panteón Sanctorum tiene más de 70 mil tumbas. Se extiende a lo largo de 16 hectáreas y media. Solo seis vigilantes recorrían los 20 sectores en que el cementerio se halla dividido.
Rodríguez notó que algo anormal estaba ocurriendo. Un grupo formado por cinco hombres manipulaban un ataúd abierto al lado de una fosa. Tenían una bolsa de plástico negro en la que estaban colocando diversas osamentas.
En esa tumba descansaban los restos de cuatro personas. Los más recientes habían sido inhumados en 2016. Los más lejanos, en 1992.
El encargado se acercó con precaución. Fuera lo que fuera, aquello estaba ocurriendo a deshoras. Así que no podía tratarse de nada bueno. Preguntó qué estaban haciendo. Los hombres titubearon. Dijeron que el propietario de la fosa los había contratado para llevar los restos a otra tumba. Y exhibieron un supuesto permiso.
Dos de los hombres se identificaron como trabajadores de la alcaldía. Uno de ellos, Christian Patiño, figura en la llamada nómina 8. El otro, José Alfredo Morales Sánchez, es un trabajador de base.
La administración del cementerio no tenía conocimiento de que se hubiera solicitado un trámite de ese tipo. Una búsqueda en el sistema de datos corroboró que no había en curso nada relacionado con una exhumación.
Se pidió apoyo a policías adscritos a la alcaldía de Miguel Hidalgo. Emergió una red que comercializaba tumbas de manera clandestina: abordaban personas a las puertas del cementerio y les ofrecían acelerar trámites para que estas pudieran obtener de manera expedita la propiedad de una tumba. Los cobros iban entre 80 y 100 mil pesos.
Christian es hijo del anterior encargado del panteón Sanctorum, Javier Patiño, quien ejerció el puesto entre 2018 y 2021, y fue removido por estar involucrado en una serie de hechos irregulares.
¿Cuánto tiempo llevaban operando de este modo? El saqueo de tumbas, la venta fraudulenta de fosas y el mercado negro de huesos y restos humanos es una constante en los 104 cementerios públicos que existen en la ciudad de México.
En enero pasado el cadáver de un bebé recién fallecido fue exhumado de manera clandestina en el cementerio de San Lorenzo Tezonco, en Iztapalapa, y llevado por una mujer al penal de San Miguel, en Puebla.
Se descubrió que la barda perimetral del cementerio presentaba varios boquetes, y que los mismos sepultureros vendían a brujos y santeros todo tipo de restos humanos: por mil doscientos pesos era posible conseguir un cráneo. Mediante el pago de siete mil, cualquiera podía llevarse a su casa un esqueleto entero.
El panteón Sanctorum, precisamente, al lado del de Dolores, y el de San Lorenzo Tezonco, eran verdaderos mercados negros de huesos humanos.
Desde 2012 se había reportado en Dolores el saqueo sistemático de las tumbas. Ese año se abrieron 20 averiguaciones previas por robo de objetos y daño en propiedad ajena. Los saqueadores se habían llevado las puertas de 200 criptas. Las lápidas de mármol o de granito eran removidas para su venta.
En julio de 2018 se denunció que 26 tumbas de la Rotonda de las Personas Ilustres habían sido vandalizadas. A la estatua de Juventino Rosas le habían robado el violín. A Rosario Castellanos le habían despojado de su pluma. La escultura de bronce de Agustín Lara fue arrancada de tajo. Robaron las tumbas de José María Luis Mora, Manuel José Othón, David Alfaro Siqueiros, Alfonso Caso, Emilio Carranza, Jesús Silva Herzog, Felipe Villanueva, Jaime Nunó…
A todas les quitaron placas, fechas, letras, números, objetos diversos, partes de las esculturas. Cerca de 120 piezas habían desaparecido.
La venta ilegal de lápidas y de criptas, el mercado negro de osamentas, un negocio de millones de pesos, arreció durante la pandemia, en cementerios vacíos y cerrados al público.
A fines de 2020 recorrí el histórico cementerio de Dolores: el saqueo y el abandono alcanzaban niveles de escándalo. En menos dos meses de 2022 han estallado otros dos: el del pequeño Tadeo en Iztapalapa, y el de la exhumación clandestina en Sanctorum.
Un mundo verdaderamente siniestro se abre a las puertas de los panteones de la capital. Ahí nadie descansa en paz.