Personal de la Sedena y la Guardia Nacional se desplazaban el sábado pasado a La Huacana, Michoacán, tras el reporte de un rudo enfrentamiento entre miembros de organizaciones delictivas en la zona de Cupuán del Río: el Cártel Jalisco Nueva Generación, según los informes, se había enfrascado en una serie de tiroteos contra miembros de Los Viagras y la Familia Michoacana.
A la altura de El Letrero, en Múgica, las fuerzas federales encontraron completamente bloqueada la carretera Apatzingán-Pátzcuaro. Supuestos pobladores habían atravesado en la carretera varios camiones y llantas, y un cerco de mujeres funcionaba como escudo para impedirles el paso.
De acuerdo con una nota de prensa, detrás de las mujeres varios hombres grababan a los efectivos con las cámaras de sus teléfonos. “Los corrieron, burlándose de ellos”, escribió un reportero.
Días atrás, en una brecha de El Naranjo, la Sedena descubrió un campo de entrenamiento del CJNG. Había decenas de rifles de alto poder, 17 granadas, 91 cargadores, 3,155 cartuchos. Los militares hallaron fornituras, chalecos, cascos, equipo táctico. Gorras y brazaletes encontrados en el lugar llevaban el nombre de Chito Cano, el líder del Cártel Jalisco en Guerrero, Michoacán y el Estado de México.
Chito Cano (Alejandro Carranza Ramírez) había anunciado en un video subido a redes sociales hace apenas dos meses la guerra que su grupo iba a iniciar contra miembros de la Familia Michoacana. “Empezó la limpia señores”, se escuchaba en el video.
La contingencia sanitaria desatada en México por la irrupción del Covid-19 envió al aislamiento a amplios sectores de la población. No congeló, sin embargo, los conflictos, ni ha logrado detener la atroz violencia desatada por el crimen organizado. La madrugada del martes 14, la ciudad de Celaya, en Guanajuato, vivió una noche más de pánico. Las redes reportaron ataques, persecuciones, balaceras en diversas avenidas principales: Constituyentes, 12 de Octubre, Avenida Tecnológico.
Cuando los tiroteos cesaron, la policía recogió siete cuerpos. Era el saldo de una sola noche en la pugna que el CJNG tiene en la región con el Cártel de Santa Rosa de Lima que encabeza José Antonio Yépez Ortiz, alias El Marro.
Ha trascendido la noticia de que la ola criminal sigue sacudiendo México pese a que el confinamiento tiene dentro de una burbuja a casi la mitad de la población. Marzo de 2020 ha pasado ya a la historia como el segundo mes más sangriento desde que hay registro en el país.
En cuatro semanas se cometieron 3,078 homicidios, 7.7% más que en febrero. Más de cuatro cada hora.
En el peor mes que se ha contabilizado, junio de 2018, ocurrieron 3,158 homicidios.
El 7.7% de marzo representa el incremento más importante en lo que va del sexenio de Andrés Manuel López Obrador, quien llegó al poder (diciembre de 2018) con la promesa de “serenar” al país en solo seis meses.
Solo el sábado 28 de marzo se cometieron 102 asesinatos.
La organización Alto al secuestro acaba de informar, que marzo pasado fue también un mes fatal en lo que se refiere al secuestro. Se registraron 170 víctimas de este delito.
En Veracruz hubo 26 casos: entre diciembre y marzo se reportaron en aquella entidad 550 secuestros: la cifra más alta en el país.
Ahora, en el primer mes en que se empieza a observar un cambio de estrategias en el crimen organizado –que en medio de la caída del mercado de la droga, con negocios cerrados y localidades y pueblos paralizados por la epidemia de coronavirus, se ve obligado a buscar ingresos en otros giros–, el secuestro creció 14% con relación a febrero de 2020.
Como lo ha hecho en otras ocasiones, el secretario Durazo anunció hace un mes una baja sostenida en los homicidios. Dijo que se había logrado romper la “tendencia histórica”. No es la primera vez que las propias cifras del gobierno federal le muestran otros datos, la otra realidad: marzo hizo añicos la ilusión de que hay una estrategia adecuada para poner fin a la violencia.
Los grupos criminales siguen operando en casi todo el país en completa impunidad. En regiones enteras hay reportes de policías comunitarias que han impuesto toques de queda y sellado comunidades disputadas por el crimen organizado (Teloloapan y Arcelia, entre ellas).
El Covid-19 encapsula la atención. Pero existe más allá un mundo en llamas. El mundo que habremos de encontrar en semanas o meses, cuando en vez de la “normalidad” lleguemos a una nueva realidad poblada por la violencia, por nuevos territorios perdidos.