Su última víctima fue muy valiente. Había salido a las cuatro de la mañana de un bar de la Avenida Nuevo León, en la colonia Condesa. La acompañaba un amigo. Los dos habían bebido de más.
Todo se confabuló en su contra. El Uber que pidieron se fue sin ellos, pero les cobró el viaje. Después de esperar inútilmente la llegada de otro, caminaron hacia Tamaulipas.
Ahí les ofrecieron un “taxi seguro de sitio”. Era un hombre joven, amable, bromista, que les dio confianza. Estaban cansados y dieron el paso. Cayeron en manos de una banda de asaltantes y violadores seriales.
En el semáforo de Nuevo León y Benjamín Franklin los abordaron dos sujetos armados. A él lo sometieron a golpes. Luego los obligaron a agacharse, mientras fingían asaltar también al conductor.
El “taxi seguro de sitio” corrió por Benjamín Franklin, Avenida Revolución y Eje 5 Sur. Luego se internó en las callejuelas oscuras de Olivar del Conde.
A él lo bajaron del auto después de propinarle una tremenda golpiza. “¿Cómo te quieres morir?”, le preguntaron, mientras le ponían el arma en la cabeza. A ella la condujeron hacia una zona solitaria. Un cuarto agresor se les sumó después: había ido a comprar un paquete de condones.
La violaron los cuatro. Uno de ellos incluso le dijo: “Ponte feliz, porque no me excitas así triste”.
La abandonaron luego en una calle, haciéndole creer que estaba cerca de una estación del Metro. “Camina para allá, allá está la estación”. Ella abordó un taxi y no dudó un solo instante en ir a hacer la denuncia.
La Policía de Investigación identificó más tarde cinco eventos ocurridos del mismo modo. Los taxistas violadores rondaban de madrugada los antros de la Condesa, la Zona Rosa y Polanco. Elegían clientes en notorio estado de ebriedad: los hombres eran golpeados, despojados de sus pertenencias y abandonados en alguna calle de Olivar del Conde. Invariablemente, las mujeres eran violadas por los cuatro miembros del grupo (hombres de entre 23 y 39 años).
Según los policías de investigación, los taxistas llevaban operando largo tiempo. Pero las víctimas “no recordaban bien lo que había ocurrido, no sabían en qué rumbo las habían abandonado o preferían guardar silencio”.
Cuando ella hizo la denuncia, la Procuraduría tuvo tres datos invaluables: la hora de los hechos, el lugar donde las cosas habían comenzado, y el sitio en el que terminaron. Buscaron un auto que a las cuatro de la mañana hubiera ido de la Condesa al Olivar del Conde.
Las cámaras de la ciudad les entregaron la imagen de un Tiida. El auto había pasado por un arco detector que leyó sus placas. “A partir de entonces fue cosa de hacer trabajo de campo, de exportar datos, de ubicar un domicilio y de establecer un operativo de vigilancia discreta”, relata uno de los policías de investigación.
Las cámaras del C-5 comenzaron a seguir los movimientos del Tiida a lo largo de la ciudad. Se advirtió que el conductor trabajaba exclusivamente de madrugada, y que llevaba a uno de sus hijos a un club deportivo. “Ahí obtuvimos su nombre, y hasta su número de teléfono”.
La noche de la violación, los taxistas se quedaron con las tarjetas de crédito de sus víctimas. Las fueron a ordeñar a un Santander y a un Banamex de la Avenida Revolución. Una de las cámaras bancarias registró claramente la llegada del auto, y el rostro de los personas que hicieron la disposición de efectivo.
Los cuatro presuntos violadores seriales fueron ubicados. En la confronta fotográfica, sin embargo, las víctimas solo lograron identificar plenamente a dos. Hoy están acusados de abuso sexual, violación, violación agravada, secuestro exprés y robo.
Muchas personas pudieron ser sus víctimas. Muchas pudieron atravesar por este horror.
En ese caso, en la Procuraduría las están esperando.
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