La madrugada del 31 de octubre, dos agentes de la Secretaría de Seguridad Ciudadana se movilizaron hacia la esquina de Chile y Belisario Domínguez, en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Iban a hacer un corte de circulación para impedir que un grupo de motociclistas ingresara al antiguo Primer Cuadro.
Todo estaba desierto y por eso les llamó la atención un hombre que empujaba nerviosamente un “diablito”.
Al pasar cerca de los agentes, al desconocido se le cayeron dos cajas de plástico, “de esas que usan los polleros para meter los pollos”, que iban encima de un tambo azul.
—¿Todo bien? —preguntó uno de los agentes al hombre del “diablito”.
—Sí, sí, sí, estoy bien, estoy bien —fue la respuesta.
El agente se acercó a ayudar. De las cajas habían salido tres bolsas de plástico negro: el emblema siniestro de nuestro tiempo.
—La persona quiso volver a meter las bolsas muy rápidamente, pero estaba pesadas, le costó trabajo —relata el agente.
Una de las bolsas se rasgó. En la oscuridad de la calle, el agente alcanzó a ver que en el interior había “carne muy blanca”.
Por un instante, no estuvo seguro de lo que era aquello. Finalmente lo constató: había un brazo, un hombro, una oreja: los restos de alguien a quien habían cortado en pedazos.
Un minuto después, la esquina de Chile y Belisario Domínguez era un hervidero de patrullas con las torretas encendidas.
El sujeto, Edgar “Z”, de 39 años, afirmó más tarde que ignoraba qué contenían las bolsas y que le habían pagado “dos gramos de coca”, por ir a tirarlas.
Días antes del hallazgo, la Fiscalía de la Ciudad de México había reportado la desaparición de dos adolescentes de la comunidad mazahua que habitaban en el número 36 de la calle Pensador Mexicano. Se emitió una Alerta Ámber para su búsqueda. Se trataba de Alan Yahir “S”, de 12 años, y de Héctor Efraín “T”, de 14.
Habían desaparecido el martes 27 de octubre. La última vez que se les vio fue cerca de la esquina de Donceles y Allende. Un sujeto se los llevó a bordo de una moto.
Aparentemente, los adolescentes se dedicaban a la venta de dulces.
El mismo día de su desaparición, hubo una ejecución en el centro. A plena luz del día, en la esquina de Santa Veracruz y Eje Central, fue asesinado Juan Miguel García Salas, El Rata, de 18 años de edad.
García Salas vivía en una vecindad de la calle de Paraguay. Había formado parte de la Unión Tepito y dos meses atrás se había pasado al grupo conocido como la Anti Unión. Se dedicaba a la extorsión . De acuerdo con los comerciantes del Centro echaba mano de niños y adolescentes para que realizaran los cobros. Vecinos de la zona revelaron que entre los adolescentes que lo apoyaban se hallaban tres muchachos apodados “El Maya”, “El Palillo” y “El Jair”.
La tarde de su asesinato, El Rata iba en un Beat de color gris, en compañía de su novia. La joven relató que un sujeto llegó corriendo desde atrás y le disparó en repetidas ocasiones. El agresor corrió hacia la calle 2 de Abril. Las cámaras de vigilancia mostraron que se trataba de un sujeto que llevaba un casco blanco y una motocicleta negra.
Como cómplices en la extorsión, El Rata había reclutado a un grupo de niños y adolescentes en una vecindad de la calle Pensador Mexicano, en las cercanías del Teatro Blanquita.
Hace dos años, un adolescente que vivía en esa calle apareció descuartizado, la mañana de un domingo, en el Puente de Nonoalco. Se llamaba José Francisco de Jesús Oropeza, lo apodaban El Manchas y habitaba en la misma vecindad en la que vivía uno de los adolescentes de la comunidad mazahua desaparecidos el pasado 27 de octubre: Pensador Mexicano número 36.
La búsqueda de Alan Yahir y Héctor Efraín terminó la madrugada del domingo. Sus cuerpos descuartizados eran conducidos en un “diablito” por las calles de Chile y Belisario Domínguez, probablemente desde una vecindad cercana, probablemente hacia un estacionamiento en el que los vecinos han detectado que ocurren cosas extrañas.
Un día antes del asesinato del Rata, un día antes de la desaparición de los adolescentes, ocurrió otra ejecución en el centro: en calles de la colonia Morelos fue acribillado Dilan Michel “N”, hijo de una supuesta operadora de la Unión Tepito a la que apodan Big Mama. La víctima tenía 19 años. Dos sujetos en motocicleta le tiraron en el tórax y en los brazos hasta dejarlo muerto.
Las edades de los muertos: 12, 14, 18, 19 años.
La madrugada del 31 de octubre quedó más claro que nunca el otro horror de la Ciudad de México, en el que los niños son carne de cañón del crimen organizado y las canteras del crimen son las vecindades del centro.
En estas el único futuro posible es ser reclutado desde los siete, ocho o nueve años para robar, vender droga, cobrar extorsiones y matar. El único futuro posible es volverse parapeto de los verdaderos dueños del Centro, y acabar en pedazos dentro de una bolsa de plástico que alguien va a tirar de madrugada.
Todo esto mientras los dueños de la ciudad, y del Palacio, nos dicen que vamos de maravilla.