En la ciudad de México, la Avenida Hidalgo fue durante casi un siglo una especie de pariente pobre de su calle hermana: la Avenida Juárez.
Parecía que a ambas las separaba algo más que el manchón verde de la Alameda. En Avenida Juárez se levantó un palacio de mármol, un hemiciclo bellísimo, algunas de las mejores salas de cine de la metrópoli y varios hoteles de lujo.
Juárez era la calle de las librerías, los bares, las tabaquerías y las tiendas llenas de “mexican curious”. La calle de “los turistas adoradores de ‘Lo que el viento se llevó’”, y de “las millonarias neuróticas cien veces divorciadas” y de “los gangsters y Miss Texas”, como reza el viejo poema de Efraín Huerta.
Juárez era la calle a la que la gente salía a escaparatear. Una calle digna de aparecer en varios filmes de la Época de Oro del cine mexicano (en la película “En la palma de tu mano”, de 1951, ocupa un papel estelar al lado de Arturo de Córdova y Leticia Palma).
A pesar de estar tendida sobre la calle más antigua de América, la vieja calzada de Tlacopan que conectaba el corazón de México-Tenochtitlan con Popotla y Tacuba; a pesar de contar con dos de los templos más bellos y antiguos de México, Santa Veracruz y San Juan de Dios; a pesar de tener un museo con una de las colecciones de arte virreinal más prodigiosas del país (el Franz Mayer), y de correr hacia los muros de piedra rojiza del Hotel Cortés, donde alguna vez estuvo la antigua Hostería de Santo Tomás de Villanueva (considerada por muchos el primer hotel de la ciudad), a Avenida Hidalgo pareció perseguirla siempre la mala suerte.
Hay calles que tienen mal fario. Más anclada a la vida del barrio popular que la roza, Santa María la Redonda, que a los variados prestigios del Centro Histórico, esta calle, conocida durante los últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX como Avenida de los Hombres Ilustres, sufrió como pocas los embates de la incuria, el olvido, los desastres naturales.
Hasta 1899 la adornó un acueducto de piedra, conformado por 900 arcos. Desde tiempos de Moctezuma, dicho acueducto llevó a la Ciudad de México la llamada “agua delgada”, que los vecinos usaban para beber. El gobierno de Porfirio Díaz mandó derribarlo. Esto marcó el comienzo de la decadencia de la avenida.
En la esquina con Eje Central se había alzado desde el siglo XVI —y con las modificaciones inevitables— la casa de la Mariscala de Castilla, que contó con hermosos balcones salidizos y un llamativo pretil lleno de almenas. En 1943 esta casona fue derribada para que se construyera en su lugar un moderno edificio de estilo Decó, el Edificio de La Mariscala. La obra se llevó de paso una hilera de construcciones de los siglos XVIII y XIX, entre ellas, la casa que diseñó para sí mismo el célebre Manuel Tolsá (misma en que murió de una úlcera péptica en la Navidad de 1816), y la casa en que habitó el novelista Vicente Riva Palacio.
En 1958 fue tirado otro tramo de la avenida histórica, para construir el horrible Teatro Hidalgo, obra de Alejandro Prieto. En tiempos de López Portillo (1981) la piqueta borró un tramo más para abrirle espacio a la sede del llamado Banco Central —en donde hoy se encuentran las instalaciones del SAT.
Vino aquel amanecer de 1985. El del terremoto más terrible del siglo. El edificio de La Mariscala, el Teatro Hidalgo y varias construcciones aledañas quedaron en ruinas y al borde del colapso. Todas tuvieron que ser demolidas. Durante los 35 años siguientes solo existieron ahí baldíos. La placita hundida que separa los templos de Santa Veracruz y San Juan de Dios, y que alguna vez estuvo llena de puestos de flores, se pobló de gente en situación de calle, se llenó de alcohol, orines, excrementos, droga.
La larga banqueta fue tomada por el comercio ambulante. La calle, atestada de día y mal iluminada de noche, se convirtió en uno de los puntos más inseguros y críticos del centro histórico. Los dos templos virreinales, chuecos y desnivelados, asomaban a la calle como reprochándonos algo.
La otra noche caminé por ella. Yo, que he tenido siempre una pobre imagen de la avenida, la miré con sorpresa y extrañeza, y luego con algo parecido al júbilo. A partir de un proyecto ejecutivo de la Fundación Kaluz, la Autoridad del Centro Histórico y la Secretaría de Movilidad de la Ciudad de México le dieron a la pariente pobre de Avenida Juárez su transformación más importante en por lo menos un siglo. Una remodelación de 18 mil metros cuadrados que incluyó el ensanchamiento de las banquetas, la renovación del pavimento, la colocación de luminarias, la instalación de mobiliario urbano, la plantación de árboles y arbustos, el retiro de ambulantes, la reconfiguración vial de la zona, que incluye aforos para peatones, ciclistas, automóviles y transporte público… la sensación de caminar, por primera vez en no sé cuánto tiempo, por una avenida verdaderamente importante, y no por una “en la que no se tiene respeto ni por el aire que se respira” (para seguir con el poema de Huerta).
Las autoridades de la ciudad y la Fundación Kaluz lograron que Avenida Hidalgo dejara de ser una calle de segunda.
Hay que decirlo. Y aplaudirlo.
@hdemauleon
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