La noticia de que la joven Karen Espíndola había desaparecido luego de abordar un taxi en la calzada de Tlalpan, así como la viralización del último mensaje que envió a su madre (“Mami, este señor se ve bien sospechoso y grosero”), puso en movimiento, tal vez como nunca antes, a las redes, a los medios, al gobierno.
Karen llegó a su domicilio por su propio pie 15 horas más tarde. La ciudad de México respiró con alivio. El mismo día, sin embargo, agentes de seguridad pública fueron informados de que un cadáver había sido abandonado en el interior de un Chevrolet Spark, en la esquina de Río Churubusco y Calle 5, en Iztacalco.
Se trataba de un auto del servicio público: un taxi “blanco con verde”, con placas de Toluca. En el asiento trasero, “en decúbito dorsal”, estaba el cadáver de un hombre de 45 años. Gruesos hilos de sangre seca le corrían por la nariz y la boca.
Al practicar la revisión del vehículo, la policía halló un segundo cadáver. El cadáver de una mujer. No hay palabras que expliquen la forma en que la asesinaron. Sin embargo, debo intentar decirla, porque esa es la maldita realidad.
Tenía ambas manos atadas con cinta adhesiva por detrás de la espalda. Tenía atados los pies con cinchos de plástico. Tenía, asimismo, “totalmente encintada la cabeza con cinta adhesiva y papel color blanco. en el cual se aprecian golpes contundentes”. Tenía, también, moretones verdaderamente brutales en el abdomen, los glúteos, la cara.
De acuerdo con el reporte, un vecino detectó el auto cerca de su domicilio. “Ya llevaba como tres días abandonado”. Cuando se acercó a mirar a través de la ventanilla, encontró a un hombre recostado en los asientos traseros. Lo identificaron como Iván Martínez. La joven se llamaba Cyntia Moreno, tenía 25 años y dos tatuajes. Uno en el pecho, con el nombre de “Julio”; otro, en la espalda, que representaba un mandala.
Sus familiares habían reportado su desaparición ante las autoridades del Estado de México el pasado 30 de noviembre. Fue vista por última vez en Ex Rancho San Dimas, municipio de San Antonio la Isla.
El taxi tenía registrado un domicilio en la colonia San Isidro, municipio de Rayón. Estaba a nombre de una mujer. Las autoridades identificaron ya al chofer, aunque no se ha divulgado si tuvo participación en los hechos. Según las primeras investigaciones, el día de la desaparición, la unidad fue detectada en un arco carretero ubicado en Metepec. Se dirigía a Tenango, en el Estado de México. Fue un día en el que la violencia feminicida ocupó gran espacio en los medios.
Mientras todo esto sucedía, circuló la noticia de la detención de Bernardo “N”, de 21 años de edad, a quien la policía relaciona con el asesinato de Ana Citlali Castillo: el domingo pasado, Ana Citlali (19 años) fue hallada sin vida en una construcción en obra negra, en Matehuala, San Luis Potosí.
Le habían destrozado el cráneo con un block de concreto, el cual fue hallado con manchas hemáticas en el lugar de los hechos. Su familia la buscaba desde el 29 de noviembre. La policía determinó que su propio primo la asesinó después de violarla.
Según la fiscalía del estado, Bernardo “N” salió a bordo de una motocicleta del mismo sitio en el que Ana Citlali fue encontrada.
Las cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública son demoledoras. Entre enero y octubre, 3142 mujeres fueron asesinadas en México: alrededor de 300 cada mes: cerca de diez mujeres cada día: más o menos una cada dos horas. Para el cierre de 2019 la cifra será mayor.
Las cifras dicen que vivimos en un país enfermo, en un país envenenado, y que a la fecha no hay un camino trazado para detener todo esto.
Existen dos Méxicos. El México de los discursos y el país de la sangre.