A principios de septiembre, personal de la fiscalía del estado de Morelos detuvo en las instalaciones de la comandancia de policía de Jiutepec a una agente municipal. Estaba ligada al asesinato de su propia jefa: la comandanta Diana Arilia “N”. La fiscalía había tenido acceso a mensajes de texto en los que la agente, Azeneth “N”, señalaba rutas y horarios seguidos por su superior.
La mañana del 23 de junio de este año, al terminar su turno, la comandanta, de 38 años, fue cazada por sicarios en el centro de Jiutepec.
Apenas dos meses antes, el director operativo de la policía municipal, Carlos Pedraza, logró escapar, con un disparo en la pierna, del atentado perpetrado en su contra por los tripulantes de una motocicleta.
Pedraza condujo hasta la central de Bomberos de Civac, en donde pidió auxilio.
Azeneth “N” fue detenida sin ofrecer resistencia, se diría que se dejó esposar con sangre fría, al momento en que se disponía a abordar su patrulla.
Se trata del mismo municipio en donde el sábado 30 de noviembre, alrededor de las 20:20, autoridades de Morelos encontraron en una bodega de la colonia Vistahermosa, señalada por vecinos como un centro de consumo de crystal, los cadáveres amontonados de 9 jóvenes, a los que un grupo armado acababa de acribillar.
Aunque inicialmente hubo confusión en el número de víctimas, se pudo confirmar que los médicos forenses habían ordenado los cuerpos sin vida con letras que iban de la A a la I: nueve en total.
De acuerdo con EL UNIVERSAL, en las manos, y al lado de los muertos, se hallaron aún pipetas de las empleadas para quemar la droga.
Según el gobierno del estado, algunas de las víctimas estaban vinculadas con Los Linos, el grupo criminal dirigido por los hermanos Lino, Carlos y Rodolfo Sotelo Adame, que mantiene una pugna con la Familia Michoacana —y las células enviadas desde Guerrero para reforzarla— en los municipios de Jiutepec, Cuernavaca, Yautepec, Temixco, Emiliano Zapata, Tepoztlán y Tlaltizapán.
Fue la masacre con que se estrenaron las nuevas autoridades del estado de Morelos: su primera prueba verdadera de fuego, y otra manifestación del coctel explosivo que dejó en la entidad el sexenio de Cuauhtémoc Blanco (quien dejó la gubernatura para ocupar una curul federal).
Los Linos son una de las 16 organizaciones que operan en el estado. Irrumpieron en Morelos hace una década, desde el municipio guerrerense de Tlacotepec, como brazo operativo de Guerreros Unidos. Aliados con la organización de Israel Blanco, El Seven, enfrentaron a grupos delictivos como Los Rojos y Los Colombianos —que dirigían, respectivamente, Santiago Mazari, El Carrete, y Francisco Rodríguez Hernández, El Señorón.
Finalmente lograron asentarse en Jiutepec, luego de una serie de enfrentamientos en calles y avenidas que dejaron cuerpos mutilados, ataques a domicilios, cadáveres sepultados en fosas clandestinas.
Durante la administración de Blanco, Los Linos se extendieron a lo largo de siete municipios. Son los municipios que ahora les disputa la Familia Michoacana, a la que fuentes de seguridad atribuyen la reciente masacre en la colonia Vistahermosa.
Con una marcada carencia de servicios, problemas de hacinamiento y una pésima planeación urbana, Jiutepec, ubicado en la zona conurbada de Cuernavaca, es considerado el municipio más inseguro de Morelos.
La espiral de violencia e inseguridad se aceleró en la última década. Desde principios de 2018, sin embargo, según reconoció el entonces alcalde José Manuel Agüero, se registró el repunte de varios de los delitos que mide el Semáforo Delictivo: homicidio, secuestro, cobro de piso, narcomenudeo, robo de vehículos, robo a casa habitación, violación y violencia familiar.
La ola criminal ha caído sobre todo en las colonias Morelos, Porvenir, Otilio Montaño, Civac y Tejalpa. Días antes de la masacre, grupos armados robaron tres cajeros automáticos, irrumpiendo incluso en la Plaza Novum del bulevar Cuauhnáhuac. La misma noche se reportaron ejecuciones y disparos en distintas zonas de Jiutepec, donde más de siete sucursales bancarias han sido asaltadas este año.
De acuerdo con las fuentes consultadas, al coctel explosivo que tiene en vilo a Jiutepec, debe sumarse el abandono institucional que dejó el gobierno de Cuauhtémoc Blanco, la inoperatividad de la Comisión Estatal de Seguridad —de la que estuvo al frente José Antonio Ortiz Guarneros—, y la llegada de grupos criminales procedentes de Acapulco, que se mudaron de estado tras los fenómenos meteorológicos que azotaron el puerto.
Pintan cuesta arriba los años que vienen.