Andrés Manuel López Obrador terminará su sexenio arañando las 1,500 “mañaneras”. Comenzó hablando 70 minutos cada día. Luego, encantado de escucharse, se prendó del micrófono: hoy habla un promedio de 114 minutos diarios –aunque ha tenido conferencias que duraron tres horas.

El torrente de palabras que López Obrador pronunció a lo largo de este sexenio es apabullante. Para cualquier aspiración democrática, el resultado es catastrófico.

Con Jesús Ramírez Cuevas y Liz Vilchis, López Obrador conformó una trilogía perversa que hizo de las “mañaneras” un espacio de abuso de poder impresionante. Juntos convirtieron las conferencias matutinas en un patíbulo desde el que fueron sometidos al escarnio público críticos, periodistas, opositores, disidentes.

“La mañanera” fue una estrategia de control mediático y político que le garantizó a López Obrador una presencia permanente en la conversación pública. Sus dichos fueron replicados en los medios de manera automática y sin mayor filtro. Presentada como un ejercicio de transparencia y de “diálogo circular”, se convirtió, desde el día uno, en todo lo contrario: fue un espacio de opacidad, de desinformación, de simulación y de propaganda, que polarizó al país e influyó de manera desproporcionada en todos los asuntos de la vida pública. Ningún otro actor tuvo a lo largo del sexenio un espacio semejante de discusión.

López Obrador usó el suyo para minimizar los errores y las graves crisis que ocasionaron sus decisiones de gobierno. Lo usó para despreciar los datos ofrecidos incluso por su propio gobierno, por no hablar de los que habían brindado los principales organismos internacionales. Lo usó sobre todo para destruir y desautorizar a quienes él llamaba sus “adversarios”.

En las “mañaneras” López Obrador construyó a los enemigos del “pueblo” y los llenó de insultos y vituperios. Atacó ciudadanos, y llegó incluso a hacer públicos datos personales protegidos por las leyes. La “mañanera” fue un espacio de destrucción de las reputaciones y de enaltecimiento de un solo hombre.

Mientras por ese patíbulo desfilaron una y otra vez sus “adversarios”, él se colocó cientos de veces a la altura de Juárez, de Madero, de Cárdenas.

Para destruir, el presidente alegó en su defensa un imaginario derecho de réplica. Pero a ninguno de los que agravió les concedió el derecho de replicar.

Desde el gran púlpito del poder, López Obrador confirió a sus dichos el rango de verdad. Machacó sus frases favoritas una y otra vez. El insulto y la descalificación fue la forma de combatir la supuesta desinformación. No buscó el diálogo, el consenso, el entendimiento. Se trató de aplastar desde el primer día.

Los “otros datos” fue su frase mágica para negar los hechos: los homicidios, los muertos de la pandemia, el desabasto de medicamentos, el aumento sostenido en robo de combustible

Al mismo tiempo, estableció un mecanismo de infiltración en las “mañaneras”, compuesto por con un coro de paleros dedicados a desviar la atención, a dirigir los ataques, a adular al presidente.

Durante seis años, López Obrador ocupó todo el espacio público. Una investigación realizada al cumplirse su primer año en el gobierno demostró que 53% de las cosas que decía en la “mañanera” eran mentiras, verdades a medias, sacadas de contexto o imposibles de comprobar.

“El país está en santa paz”, dijo hace unos meses, cuando su gobierno se enfilaba ya a la cifra aterradora de 200 mil muertos a causa de la violencia. El uso sistemático de la desinformación le permitió presentar y hacer verosímil su propia realidad.

Causa en Común monitoreó 1,410 “mañaneras” ofrecidas entre diciembre de 2018 y julio de 2024. Presentó 2,596 solicitudes de información a fin de constatar si en lo dicho por el presidente durante sus conferencias había un sustento documental.

En 44% de los casos, según el informe “No tienen, no quieren y no entienden: la accidentada complicidad de las instituciones en la desinformación de cada mañana sobre nuestra inseguridad”, seis instituciones consultadas —Sedena, Marina, Secretaría de Seguridad Pública, Segob, Guardia Nacional y Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública— evadieron dar información.

Pero hay un dato aún más contundente, aún más escandaloso: 65% de las respuestas entregadas por estas instituciones no dan sustento a las declaraciones emitidas en la “mañanera”. Es decir que 65% de las cosas enunciadas por López Obrador durante sus conferencias, existen solo en su imaginación, existen solo en su realidad.

La tragedia es que no hay datos confiables. La tragedia, ha dicho Guillermo Valdés, es que el otro legado de López Obrador será dejar totalmente destruida, tal vez como nunca antes, la credibilidad en la Presidencia de la República.

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