En un arroyo de Querobabi fue encontrado el cuerpo del ganadero Luis Alejandro Morales Aguilar, hermano del secretario de la Unión Ganadera Regional de Sonora, Alberto Agustín Morales.

Lo habían interceptado hombres armados que lo privaron de la libertad y luego lo asesinaron a tiros. Morales Aguilar había denunciado ante mandos militares que en su rancho ganadero se registraba continuamente el tránsito de caravanas provistas de equipo táctico, que la gente de los cárteles robaba ganado e incluso solía instalar campamentos en su rancho.

Pidió ayuda al Ejército. Se desataron operativos que derivaron en balaceras y persecuciones. Lo siguiente que ocurrió fue que Morales fue asesinado a finales de agosto y que los asesinos tiraron su cuerpo muy cerca del retén de Querobabi.

La muerte de Morales forma parte de la ola de asesinatos y desapariciones de agricultores y ganaderos que está sacudiendo el norte de Sonora. El alcalde reelecto de Caborca, Abraham Mier, cuyo jefe de escoltas fue asesinado por un grupo de sicarios, acaba de denunciar de manera pública que más de 70 vaqueros de la región han sido asesinados a últimas fechas, en medio de la guerra que los grupos criminales sostienen por el control de las rutas del desierto sonorense.

“Del gobierno no esperamos mucho, no se le ven ganas de proteger a nuestro pueblo”, declaró a EL UNIVERSAL, tras un año de enfrentamientos e incluso de sufrir ataques con drones, un habitante de El Claro, en el municipio de Santa Ana.

Ahí, la esperanza es que la guerra acabe pronto y se quede solamente uno de los grupos. La gente no puede salir. Según relata la reportera Amalia Escobar, tampoco manda ya a los niños a la escuela. Mil habitantes viven atrapados entre las balas.

A principios de julio, un cuerpo sin vida apareció en una colonia de Caborca, al costado de un templo: atado, con tiro de gracia, con la cara cubierta con cinta adhesiva.

Pertenecía al oficial Luis Israel Esquer Espinoza. Integrantes del grupo de Los Deltas, violento brazo armado de Los Chapitos, lo habían privado de la libertad el 29 de junio. Se lo llevaron en su propio automóvil. Frente a una cámara, lo sometieron a un interrogatorio en el que Esquer afirmó que la policía municipal de Caborca le pasaba información a los jefes de Los Salazar, ligados a la organización de El Mayo Zambada, así como a los líderes de La Barredora y del grupo conocido como Los Costeños, Darío Murrieta Navarro, alias El Cara de Cochi, y Luis Abel Gaxiola, El Costeño.

Unos días más tarde fue atacada con explosivos colocados en drones la casa donde la familia de El Cara de Cochi celebraba una fiesta.

El Cara de Cochi era el jefe de sicarios del líder del Cártel de Caborca, Rodrigo Páez Quintero (el apellido no es casual), detenido en 2023 y extraditado a los Estados Unidos.

Tras la captura de Páez Quintero y el debilitamiento del Cártel de Caborca, varios grupos criminales se unieron para enfrentar a Los Chapitos bajo un membrete de reciente creación: el Nuevo Cártel Independiente de Sonora.

Los Cazadores, Los Salazar, los Deltas, Los Paredes, Los Costeños, Los Pelones, Los Gama, Los Memos… La guerra entre Chapos contra Mayos por el dominio del desierto se expresa a través del despojo masivo de ranchos, del asesinato de ganaderos, vaqueros y jornaleros, y de la toma de posiciones en cerros y poblaciones aisladas, en muchas de las cuales la gente ha tenido que irse, como ha ocurrido en El Claro y como sucedió en abril pasado en Pitiquito, donde los pobladores se vieron obligados a abandonar sus hogares.

Las organizaciones ganaderas anuncian marchas, luego, por miedo, llaman a la mesura. Las carreteras están tomadas por los grupos criminales: el 23 de agosto un grupo delictivo interceptó la Pathfinder en que viajaba una familia, en la carretera Sonoyta-Caborca: la conductora intentó huir y se volcó, dos mujeres perdieron la vida, y aún así los delincuentes robaron sus pertenencias. Días más tarde, en esa misma carretera, un hombre denunció el asesinato de su esposa y su cuñada durante un asalto.

Ataques con drones, despojo de ranchos, ejecuciones, desapariciones, robos, secuestros, desplazamientos forzosos: esto tampoco existe en los discursos tibios del gobernador, ni en la euforia triunfalista del grupo político reinante.

Allá, la esperanza consiste en que la guerra acabe, y que, para que haya paz, gane finalmente uno de los grupos, como dice la gente de El Claro.

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