Antes de morir, logró decir que se llamaba Karla. Una patrulla de la policía municipal de San Luis Potosí la encontró deambulando de madrugada por la colonia Las Piedras, al norte de la capital del estado.

Se trató de una visión pavorosa. Karla gemía de dolor en la oscuridad. Se había arrancado la blusa. Los médicos del Hospital Central constataron más tarde que la joven presentaba quemaduras en 60 por ciento del cuerpo.

Un vecino había reportado al 911 que una mujer gritaba en la calle Camino Real a Pinos. Los agentes se aproximaron, seguidos de una ambulancia. Más tarde indicaron que Karla olía al líquido inflamable con el que la habían rociado antes de prenderle fuego. Ella balbució que dos hombres la habían quemado, “luego de tenerla amarrada”. Había marcas de golpes brutales en el rostro y en el cuerpo.

Murió el domingo 18 de agosto, en la tarde, mientras la policía intentaba localizar a sus familiares. Tenía 30 años. Acababa de sufrir varios infartos.

Con unos cuantos datos en la mano —el color de sus ojos, muy verdes, y la descripción de los tatuajes que ella tenía en una pierna—, la policía dio con sus familiares (dijeron que no habían vuelto a saber de ella desde la noche) y dio también con un hecho totalmente descorazonador: que Karla había estado pidiendo auxilio durante casi dos horas, sin que los vecinos del rumbo se dignaran a ayudarla. “Agonizó dos horas. No hubo auxilio, nadie quiso involucrarse”, dice uno de los encargados de la investigación.

Horas después de la muerte de Karla, la maestra de preescolar Mitzi Berenice llegó a la feria de San Luis Potosí y preguntó a través de una red social quién de sus amigos andaba por ahí. Cerca de las 22:30 del pasado domingo 18 de agosto, publicó: “Fiesta de prepa en Morales!! Vámonooos”.

Fue la última noticia que se tuvo de ella. El amigo que anunció más tarde su desaparición dijo que la joven de 24 años había abordado el taxi que solicitó mediante una aplicación.

Mitzi apareció sin vida en Las Piedras —la misma colonia en la que habían amarrado, quemado y golpeado a Karla—, al día siguiente a las ocho de la mañana. Alguien reportó que en la esquina de Travertino y Hernán Cortés había una mujer tirada. Entre los escombros de una calle sin pavimentar, la policía encontró a una muchacha de pantalón de mezclilla, playera negra y tenis. Estaba tendida boca abajo. Tenía golpes en la cara. La habían asfixiado, aplicándole por la espalda una llave de luchador. No se trató de un robo. El asesino dejó el teléfono, las credenciales, el dinero, los objetos que su víctima traía en la bolsa.

San Luis ardió. En 2019 han ocurrido 29 muertes violentas de mujeres, 16 de las cuales han sido clasificadas como feminicidios. Algunos han estremecido al estado. En marzo pasado, una estudiante de la Universidad Politécnica, que había desaparecido cinco días antes, fue hallada en un camino de terracería. La policía encontró su cuerpo dentro de una bolsa de plástico, y “sin la extremidad cefálica” (que habían dejado a unos metros). La joven había salido de su casa un domingo. No volvió a contestar llamadas. Los peritos determinaron que había muerto por lesiones de arma blanca.

Después de una espera de año y medio, en 2017 la Secretaría de Gobernación decretó Alerta de género en seis municipios del estado (Ciudad Valles, Matehuala, San Luis Potosí, Soledad de Graciano Sánchez, Tamazunchale y Tamuín). En los dos años que han transcurrido desde entonces, los feminicidios, sin embargo, crecieron 80 por ciento. Según la Comisión Estatal de Derechos Humanos, es preciso declarar la alerta en tres municipios más: San Ciro de Acosta, Rioverde y Ciudad Fernández.

En la primera parte del año, el estado figuró entre las diez entidades más peligrosas para las mujeres y entre los diez estados donde estas recibieron más lesiones dolosas. En el primer semestre de 2019 se registraron 2,700 denuncias por violencia intrafamiliar.

De acuerdo con cifras del gobierno estatal, la mayor parte de las agresiones y muertes violentas corrieron a cargo de novios, parejas o exparejas.

Para las mujeres potosinas —como en el resto del país— el lugar más peligroso es su propia casa.

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