Mariana Baltierra fue violada y asesinada con un cuchillo de carnicero. Una mañana de julio de 2017 salió a comprar huevos y jamón para el desayuno y no regresó. Fue una de esas miles de mujeres mexicanas que un día sencillamente no regresaron.
Su madre, Saira Valenzuela, fue a buscarla a la tienda. El local se hallaba a unos pasos del edificio, en el Fraccionamiento América, de Ecatepec, en el que ellas vivían. Mariana ni siquiera tenía que cruzar la calle: debía pasar solo frente a un condominio, una carnicería, un inmueble con puerta de metal y una tortillería.
En la tienda le dijeron a Saira que la joven “ya tenía un ratito” de haberse ido. Saira comenzó a preguntar entre los vecinos si alguien había visto a su hija. Nadie había visto nada. La carnicería y la tortillería tenían sus puertas cerradas aquel jueves.
Los padres de Mariana pasaron el resto del día en el ministerio público. Al volver a su casa, había varios agentes de la fiscalía del Edomex y algunos oficiales de la Comisión Estatal de Seguridad. Hicieron preguntas, pidieron imágenes de la muchacha de 18 años desaparecida.
Al día siguiente le avisaron a Saira que había una patrulla frente a la carnicería. Ella tuvo un mal presentimiento y se acercó a mirar. La calle estaba repleta de mirones. Llegó el personal de servicios periciales. Pasaron dos horas.
Finalmente, sacaron un cuerpo.
Alguien le dijo al marido de Saira que, lamentablemente, la víctima tenía las características de la niña que andaban buscando.
En noviembre de 2017, Saira me relató su historia: en la parte alta de la carnicería vivía un sujeto, de unos 26 años, llamado Juan de la Cruz Quintero Meraz. Tenía menos de un mes habitando ahí. No era nuevo en el rumbo: había trabajado en la carnicería dos años atrás, pero un día se perdió de vista.
En ese tiempo Mariana le confesó a su madre que le daba miedo la forma de mirar de Quintero. “Le pedí que no lo saludara, ni lo viera, y ya no la mandé a la carnicería”, relató Saira. No sabían que aquel individuo estaba de vuelta.
El viernes 29 de julio el dueño de la carnicería abrió las puertas y encontró sangre por todos lados. Creyó que habían matado a su empleado, pero al subir las escaleras encontró un espectáculo que no esperaba. Ahí estaba la joven, desnuda y acuchillada, y ahí estaban el cuchillo de carnicero y la ropa ensangrentada del asesino. Quintero se había fugado horas antes. Saira prometió que no iba a dejar que el caso se apagara.
La policía de investigación del Edomex obtuvo una foto del feminicida, su número de teléfono celular, y el dato de que alguna vez había hecho referencia a ciertos parientes de Oaxaca.
La fiscalía ofreció una recompensa de 500 mil pesos. La fotografía de Quintero circuló ampliamente. Quintero se deshizo del celular y esa pista se enfrió. La búsqueda en Oaxaca no dio resultados. Durante casi dos años, pareció que el carnicero se había salido con la suya.
Pero Quintero, efectivamente, estaba en la ciudad de Oaxaca. Consiguió trabajo en alguna carnicería, pero lo corrieron en cosa de tres meses porque recayó en su afición a la “piedra”: más tarde confesó a los agentes que lo aprehendieron que el día del asesinato “estaba muy drogado”, y que —aprovechando que la carnicería no iba a abrir aquel día— había pasado la noche “fumando cinco o seis piedras”.
Ya no dejó la droga. Comenzó a vivir en hotelitos baratos del centro de Oaxaca. Trabajó lavando coches y haciendo mandados. En poco tiempo acabó en la calle, pidiendo dinero. “Fue el vicio el que lo perdió”, dice uno de los funcionarios que llevaron el caso.
En esas andadas, la fiscalía recibió una pista de un informante. Un número de teléfono que presentaba actividad en el centro de Oaxaca. Una célula de la fiscalía, de la que formaron parte elementos de la coordinación de inteligencia, se trasladó a aquella ciudad. Un agente se hizo pasar por taxista —los otros, por pasajeros. Comenzaron a peinar el centro. Al fin, lo vieron en Burgos y Bustamante. Supo que iban por él, porque en cuanto vio que el primer hombre se bajaba del taxi, echó a correr. Corrió 20 o 30 metros.
Aquella mañana intentó abordar a Mariana, y ella lo rechazó. Así que la jaló hacia la carnicería y la mantuvo ahí mientras su madre la buscaba en la calle. “Desde la carnicería, él podía ver todo lo que pasaba afuera”, relató Saira. “Nos vio pasar buscándola. Ahora sabemos que la mantuvo con vida varias horas”.
“Ya estuvo. Sé lo que debo”, dijo Quintero cuando lo subían al taxi.
Deseo sinceramente que la justicia haga que lo pague.