Anoche fue el último novenario de Ramón Astolfo Verdugo Ávila . El 22 de julio pasado, en medio de la tercera ola de contagios de Covid-19 , su familia decidió ingresarlo una clínica particular de Culiacán , Sinaloa: la clínica “Médica de la Ciudad”.
Ramón Astolfo, trabajador de la construcción de 47 años, estaba siendo atendido en su domicilio, con apoyo de un concentrador de oxígeno. De acuerdo con su madre, la señora Martha Ávila , por esos días el servicio de luz eléctrica comenzó a fallar en varias zonas de Culiacán, a causa de la lluvia.
“No vaya a empeorar esto y se vaya a quedar sin oxígeno, dijimos. Vamos a buscarle una clínica donde pueda estar seguro”.
Eligieron ese hospital privado “calificado con cinco estrellas”.
En esos días, la furia de la tercera ola cimbró Culiacán, arrastrando a la ciudad de vuelta a los peores niveles sufridos durante los meses más complicados de la epidemia. Se convirtió en el epicentro de los contagios y en el municipio con mayor número de muertes: poco más de dos mil, de las seis mil que se han registrado en Sinaloa .
Regresaron las imágenes de dolor afuera de los hospitales. En los depósitos donde se surte oxígeno aparecieron de nuevo largas filas de personas que esperan resignadamente la oportunidad de rellenar o rentar un tanque de oxígeno .
A las puertas de estos centros, la gente volvió a amontonarse en medio del movimiento de autos, bicicletas, triciclos y diablitos.
Aunque hay familias obligadas a gastar más de 2,500 pesos diarios a efecto de que sus pacientes puedan sobrellevar la crisis, el oxígeno medicinal comenzó a escasear. De acuerdo con la Canacintra , en los últimos días las ventas de concentradores, equipos y cilindros se incrementaron 100 por ciento.
Un medio local reportó que familiares de pacientes afectados por la tercera ola —y la variante Delta— han debido emprender viajes de hasta cinco horas a Durango para comprar o rentar un tanque. Una reportera de El Sol de Sinaloa, Irene Medrano , escribió: “Quien no tiene dinero, no tiene derecho a respirar, a salvarse”.
La madre de Ramón Astolfo no creyó que en un hospital privado sería alcanzada por esta realidad sombría.
“Lo que vi del hospital no me gustó —relata la señora Anaya—. Pidieron un depósito previo de 100 mil pesos, a eso le iban sumando 25 mil diarios, sino es que más. Pero había moscas, todo estaba sobrepoblado y tenían hules colgados figurando cuartos”.
Ramón Astolfo, sin embargo, parecía mejorar. Cuenta la señora Anaya:
“Todavía una noche antes me mandó un mensaje para decirme que ya lo iban a sentar en un reposet, que ya estaba mucho muy mejorado”.
El día que su hijo murió, relata Anaya, ella y su hija escucharon por radio que se había acabado el oxígeno en la planta tres “y que era urgente que subieran cilindros”.
“Subí con mi hija corriendo hasta el tercer piso, se oía pib, pib, pib, vi a unos pacientes pataleando, sacudiéndose como si fueran pescados fuera del agua. Uno de ellos era mi hijo. Y lo que pasó fue que se les acabó el oxígeno, que no tenían garantizado el abasto de oxígeno… Lo oímos, lo vimos. Otras personas que esperaban saber de sus familiares también lo oyeron y echaron a correr tras de nosotras”.
Anoche, antes del último novenario de su hijo, la señora Martha me dice por teléfono:
“Esa noche murieron varios en ‘Médica de la Ciudad’. Los responsables de la clínica no nos dieron ninguna explicación. Cuando me entrevistaron en el programa de Denise ( Maerker ) y les conté todo esto, me mandaron decir que querían llegar a un acuerdo conmigo. Yo no voy a llegar a ningún acuerdo. ¿A qué acuerdo puedo llegar? No me van a regresar a mi hijo”.
La clínica asegura que no existe desabasto. Le pregunto qué espera que ocurra.
“Que el gobierno ponga atención a estos lugares. Que la Secretaría de Salud haga una investigación. Yo en unos cuantos días voy a ir a México, a pedirle ayuda al presidente”.