“Usted es el presidente con las peores cifras desde la Revolución”, le dijo el periodista Jorge Ramos al presidente López Obrador en enero de 2020.
Se habían cometido 34 mil 579 homicidios en el primer año de su gobierno.
“Este año, el primero de usted, es peor que cualquier año de Peña, Calderón, Fox, Zedillo, todos los presidentes”.
López Obrador descalificó esos datos aunque eran los ofrecidos por su propio gobierno. “Ya logramos detener la tendencia hacia el alza”, dijo.
López Obrador había prometido que seis meses después de su llegada al poder la violencia iba a terminar. Más tarde, su gobierno pidió un plazo de año y medio.
A solo unos meses del final de su mandato la cifra de asesinatos cometidos en un sexenio es la más alta de la historia.
“Desde que usted llegó al poder ha habido más de 166 mil 193 muertos”, le dijo ayer en la “mañanera” Jorge Ramos. Agregó que el gobierno de AMLO, “lejos de traer más paz ha traído más violencia”, “no ha podido proteger a los mexicanos”.
La respuesta de López Obrador fue que tenía otros datos, que México es un país pacífico, que no hay un presidente que atienda todos los días este problema de 6 a 7 de la mañana, que la violencia en México se desató durante el sexenio de Felipe Calderón.
Como era de esperarse, descalificó al periodista “por haber callado” en administraciones anteriores.
Finalmente reconoció que probablemente terminaría su sexenio con un acumulado de 190 mil homicidios, y admitió que “ya no me va a alcanzar el tiempo” para resolver la crisis que en los días de su campaña había prometido arreglar en cuestión de meses.
Volvió a decir sin embargo que, si el próximo gobierno continuaba la misma política, “¡me canso ganso!” que el problema de la violencia se resolvería.
No es broma. López Obrador volvió a sacar a relucir su célebre “me canso ganso” seis años después, en pleno declive de su sexenio, la misma mañana en que se extendía en México la noticia de que durante el último fin de semana se habían cometido 219 asesinatos, y de que un verdadero baño de sangre recorría Baja California (23 homicidios), el Estado de México (20), Jalisco (18), Guanajuato (17), Chihuahua (16), Michoacán (14), Nuevo León (11), Veracruz (11), Morelos (10), la Ciudad de México (9), Oaxaca (9), Guerrero (8) y Sonora (8)…
La realidad suele ser cruel con el presidente. A donde uno se asome encontrará el registro de una violencia desbordada en la que se acumulan los muertos y la impunidad.
Apenas el sábado pasado ocurrió en Ciudad Juárez una nueva masacre. Hombres armados aparecieron en un funeral, formaron en fila a siete jóvenes, y los acribillaron, incluido un niño de 11 años.
Esa madrugada arrojaron dos cuerpos desnudos en el Bulevar 2000 de Tijuana: correspondían a dos jóvenes policías, uno de la Fuerza Estatal de Seguridad Ciudadana, y otro de la fiscalía regional: ambos presentaban huellas de tortura y estrangulamiento.
Los cuerpos de dos mujeres que habían sido sacadas de sus casas por la fuerza aparecieron embolsados y torturados en una colonia de Perote, Veracruz.
En ese estado fue asesinado el dirigente municipal del PRD en Cuitláhuac, José Alejandro Naredo, mientras que en Morelos abatieron a un jugador de los Arroceros de Cuautla, y en Ciudad Madero, Tamaulipas, fue asesinada una tía del futbolista Rodolfo Pizarro.
El mismo día corrió la noticia de que de 1,169 homicidios cometidos en Chihuahua en 2023, 88% se mantiene impune.
San Miguel de Allende, Guanajuato, está partido por la noticia de la ejecución de dos hermanos, adolescentes de 11 y 16 años de edad, que quisieron abrir una barbería: ella colocaría uñas postizas y él cortaría el cabello de los clientes. El crimen organizado llegó por su cuota. No quisieron darla. El domingo los despidieron con ataúdes, flores y globos blancos.
Donde el presidente López Obrador ve un país pacífico y con reducción de la violencia, los datos solo hablan de muerte y de sangre.
El “me canso ganso” no basta ya para esconder la inmensidad de su fracaso.