“Vale la pena contar esta historia”, dice el narrador Carlos Ballarta en la docuserie “ América vs. América” que se transmite en Netflix . Esa historia es la de uno de los equipos más antiguos, más poderosos, más populares del futbol mexicano.

Pero como ha sido construida a partir de un andamiaje documental verdaderamente apabullante –el archivo de Televisa a la entera disposición de los realizadores–, la serie acaba contando no solo la historia de un club legendario, sino la historia de uno mismo, de nosotros mismos y de las horas gastadas frente a una pantalla de televisión –mientras afuera la calle iba cambiando, los autos iban cambiando, y la ciudad se iba destruyendo, se iba renovando.

Yo, que ya soy salvajemente viejo, volví a oír la voz de Fernando Marcos narrando un partido de los Pumas, creo que en ese tiempo le decían “el Universidad”, y volví a ver en blanco y negro un golazo de antología del que fue, durante una década, el ídolo más grande de México: Enrique Borja.

Y de pronto, aquellas imágenes grises, incurablemente remotas, me fueron contando la historia de mi vida.

Porque el archivo descomunal de que echaron mano los autores de la serie, permite que a cada minuto caigan por docenas imágenes que –por decir– habían permanecido sepultadas entre los trebejos de la memoria.

La evolución del equipo, o mejor dicho, la construcción del americanismo como gran villano del futbol, esa armada invencible que conquistaba triunfos bajo el reinado de Enrique Borja, Carlos Reinoso, Miguel Ángel Cornero, Hugo Enrique Kiese, Mario Pérez y El Popeye Trujillo, llega envuelta en antiguos programas de televisión, en anuncios comerciales de otros días, bajo la forma de figuras ya borrosas de la farándula (¡Paco Malgesto!), y de las voces de narradores deportivos que llenaron de gloria las horas de la infancia: Ángel Fernández, por encima de ellos.

Pero sobre todo, el relato viene acompañado por imágenes invaluables de la ciudad, de las ciudades que se han ido.

“¡A todos los que quieren y a todos los que aman el futbol!”. La construcción del Estadio Azteca. La llegada de la minifalda. Los distintos rostros de Reforma. Los cantantes y sus éxitos. La forma de los autos. El terremoto de 1985 y la crónica inolvidable de Jacobo Zabludovsky:

“Estoy en presencia de uno de los más grandes desastres que he visto en la historia de la ciudad de México, desde que nací en ella. Estoy enfrente de mi casa de trabajo, donde he pasado a lo largo de mi vida más horas que en mi propia casa y está totalmente destruida; solo espero que mis compañeros de trabajo, mis amigos, mis hermanos de labor, estén todos bien”.

Y yo, que también soy salvajemente antiamericanista, me hallaba de pronto de regreso en calles que han cambiado tanto que puede decirse que ya no existen –al lado de personas que ya tampoco están.

Y era apenas el segundo episodio de la serie y yo sentía el golpe de la nostalgia, por momentos un nudo en la garganta, y pensaba en la habitación en la que mi alma se hizo Chiva, en la parte alta de una casa del rumbo de San Cosme.

En esa habitación uno de mis tíos había colgado banderines, escudos, posters y, en una voluntaria confusión cronológica, fotos arrancadas de diarios y revistas, en las que posaban los diversos ídolos del Campeonísimo: Nacho Calderón. El Tigre Sepúlveda. Sabás Ponce. El Willy Gómez, Mellone Gutiérrez, El Centavo Muciño…

Era la época en la que el Campeonísimo venía a la baja y el América a la alza, la época de llorar en los pasillos ante goles que una y otra vez caían como puñaladas. Los años que pavimentaron la gran era americanista, la de los años 80, en la que brillaron los nombres de muchos de los personajes que aparecen hoy en la docuserie, rindiendo testimonio de los grandes hitos de su tiempo.

Volví a ver como en un sueño aquella final de la temporada 82-83, que terminó en la bronca del siglo, y en la que Chivas arrolló como pocas veces al América; volví a ver la final del año siguiente, en la que ambos volvieron a encontrarse, y en la que la venganza americanista fue fulminante… En medio de todo, flotaba mi casa, mi calle, una ciudad que desapareció: mi vida, nuestra vida, desde Borja hasta la llegada del VAR.

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