En abril de 2019 fue desocupado un predio de la calle Justo Sierra que alguna organización social mantuvo invadido durante años. Se trataba de una elegante mansión decimonónica, construida en 1874.
El edificio, suntuoso en otro siglo, había seguido el destino de muchos otros ubicados en el viejo centro. Pasó de mano en mano y terminó por albergar, en la parte baja, una papelería que durante años estuvo destinada a atender las necesidades de los alumnos de las preparatorias 1 y 3 (la Casa Moreno).
La papelería cerró hace algunos años. Para entonces, la residencia del XIX se había convertido en una sórdida vecindad en la que se hacinaban, de manera inverosímil, 36 familias.
Cuando el INAH entró a analizar el edificio recién desocupado, los arqueólogos del Programa de Arqueología Urbana advirtieron que este presentaba una serie de hundimientos. Dichos hundimientos confirmaban lo evidente: que bajo los pisos de la casona corría algún basamento que había formado parte del recinto ceremonial sagrado de México-Tenochtitlan.
El predio, ubicado en Justo Sierra 17, está a las espaldas del Templo Mayor y colinda, pared de por medio, con los restos de una estructura desenterrada en 1981: la Casa de las Águilas: un sitio en el que se efectuaban ceremonias de iniciación, y en el que, entre otras cosas, fueron halladas pinturas de guerreros en procesión, así como una vasija con el rostro de Tláloc llorando.
Los arqueólogos abrieron varios pozos, de 2.40 metros de profundidad, para explorar el predio. No encontraron Tenochtitlan, como lo esperaban. Lo que apareció… fueron los restos de una de las primeras casas virreinales: los vestigios de la primera residencia española que —hacia 1530 cuando mucho— se construyó sobre esa parte del Templo Mayor.
“Creímos que habíamos dado con un muro y una escalera prehispánicos —me explica el arqueólogo Raúl Barrera, director del Programa de Arqueología Urbana—. Pero nos llamó la atención la manera en que el muro había sido trabajado: era muy ancho y tenía las esquinas chatas, ochavadas. Las esquinas de los templos mexicas nunca fueron trabajadas de este modo: lo que veíamos era un patrón arquitectónico europeo, no prehispánico”.
En los años inmediatos a la Conquista, uno de los hombres cercanos a Cortés recibió un solar junto a la Casa de las Águilas, sobre la calle que luego se llamó Donceles. No se sabe aún su nombre, ni el papel que desempeñó en la caída de México-Tenochtitlan.
De todo lo que fue suyo solo quedan los restos de un corredor de piedra; solo quedan los peldaños de una escalera recubierta con argamasa (que conducía a la parte alta de su residencia), y solo queda un muro grueso y roto. Uno de esos muros que los españoles construyeron cuando aún temían el estallido de una insurrección indígena —y que según el cronista Arturo Sotomayor imprimían a la ciudad un aire gris y desconfiado de fortaleza militar.
Cuenta Fray Toribio de Benavente que, tras la derrota de 1521, miles de indígenas fueron obligados a derruir con sus propias manos la antigua ciudad. Los viejos edificios, a los que Motolinia llamó “los principales templos del demonio”, fueron arrancados de cepa.
Con las mismas piedras se construyeron las primeras casas de la nueva ciudad. El proceso fue tan lento y tan arduo que, tres lustros después de la Conquista, aún continuaba en pie el Templo Mayor.
La casa virreinal de Justo Sierra 17 fue erigida con esos materiales. Un siglo más tarde la demolieron para construir un segundo edificio, que a su vez fue demolido en el último tercio del siglo XIX.
Bajo al pozo con ayuda de una escalera, siguiendo al arqueólogo Barrera. Siento que algo me traga, me devora. Aquel agujero nos lleva al origen mismo: los primeros días de México.
Abajo, piso el suelo de lajas de basalto que las botas de un conquistador desconocido recorrieron alguna vez. Bajo esas lajas está el suelo de Tenochtitlan, la etapa V de Tenochtitlan.
Pongo las manos sobre las piedras trabajadas por los mexicas sobrevivientes, mientras un gato despeinado nos mira desde arriba.
Estoy en el principio, y desde aquí alcanzo a ver las vigas del techo y los adornos de yeso de otra casa, la casa que existió en 1874.
@hdemauleon
demauleon@hotmail.com