Su cuerpo fue encontrado en estado de descomposición el pasado 12 de julio. Llevaba tres semanas desaparecida. Relaté su historia en la columna publicada en este espacio el día 16 de ese mes.

Guadalupe Hernández Pérez salió de la fábrica donde trabajaba hacia las tres de la tarde. “Préndanme el bóiler, me voy a bañar y me voy a salir rápido porque tengo un compromiso”, le dijo por teléfono a un familiar.

Fueron las últimas palabras que le escucharon.

No llegó a su domicilio. La vieron en línea hasta las 18:49. A partir de ese momento, su teléfono mandó al buzón. La última actividad registrada fue un mensaje dirigido a una amiga: le dijo que no se preocupaba, que se encontraba bien y que iba a comunicarse “en un ratito” con su madre.

Guadalupe, de 29 años, era madre de dos niños. Se había separado de su ex pareja, Juan Carlos Maguey, por violencia intrafamiliar. Aunque alguna vez lo denunció ante las autoridades, optó por otorgarle el perdón al saber que el agresor podría terminar en la cárcel.

Aquella noche, los familiares de Guadalupe fueron a la fábrica para preguntar por ella. Les dijeron que la habían visto subir al auto de Maguey. Al ser interrogado, Maguey refirió que había ido por la joven para hablar sobre los niños, y que la dejó en la tienda de abarrotes de la unidad habitacional donde ella vivía (la versión cambió después: dijo que Guadalupe se había bajado en la calle, “porque tenía prisa”).

La familia revisó las cámaras de la fábrica. En efecto, vieron a la muchacha abordar el auto de su expareja: un Pointer, placas NCJ1145. Revisaron también las cámaras de la unidad: en ninguna de la imágenes aparecía la imagen de ella.

La encontraron tres semanas después en el municipio de Zumpango. Maguey insistía en que la había dejado en la calle, y en un momento aseguró que había recibido una llamada de Puebla en la que le pidieron dinero por la liberación de la joven. El ministerio público lo dejó ir.

Pero era inevitable que lo investigaran. Para la Policía de Investigación, Maguey era el sospechoso favorito. Sudaba, estaba nervioso, cambiaba las versiones, jamás entregó el número del que supuestamente le habían llamado de Puebla para cobrar el rescate de su ex pareja.

El trabajo de los agentes encargados del caso fue lento, minucioso, pesado. Cámaras de vigilancia y antenas en las que “rebotó” la actividad telefónica de Maguey revelaron, sin embargo, que aquella tarde el sospechoso había cubierto una ruta que abarcó Chimalhuacán, Ecatepec, Ojo de Agua y Tecámac. El Pointer se detuvo al fin en algún punto de San Bartolo Cuautlalpan, en el municipio de Zumpango.

Después de las siete de la noche, el auto había hecho el viaje de regreso. La actividad telefónica indicó que también el teléfono de Maguey venía de vuelta.

Al analizar la actividad telefónica de Guadalupe, los agentes encontraron que su celular había seguido al misma ruta. De hecho, una antena había registrado los números de ambos en el mismo sitio (Arboleda de los Sauces), a la misma hora (18:54:18 el de ella; 18:50:09 el de él). El teléfono de Maguey hizo el viaje de vuelta, pero el de Guadalupe no. Ya estaba apagado.

Juan Carlos Maguey tenía en Zumpango dos domicilios referenciados. De hecho, fue detenido al salir de uno de ellos: el de su nueva pareja. Según la investigación de la procuraduría capitalina, condujo a Guadalupe a una zona que conocía a la perfección, y halló el lugar preciso para abandonar el cuerpo: tomó tres semanas encontrarlo.

Maguey se encuentra ahora en el Reclusorio Sur. Con los taxistas violadores de la Condesa, la procuraduría lo considera su primer trofeo tras las manifestaciones realizadas por mujeres de la ciudad en días pasados. En esa dependencia afirman que la jefa de gobierno ordenó que la prioridad de la Policía de Investigación fueran los delitos contra la mujer: dicen que en los próximos días veremos una cacería de feminicidas, porque esa es la bandera que la presión social ha obligado a enarbolar al gobierno capitalino.

Ojalá.

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