El narcotráfico es un submundo siniestro donde predomina la mentira, el odio, la ira, la crueldad y la malicia. Su historia es el relato de asesinatos, matanzas colectivas, guerras entre narcotraficantes, escalofriantes episodios de maldad humana y todo lo peor que puede producir el rencor, la avaricia, la envidia y la ambición por el poder y el dinero.

A nadie le debe extrañar que en este submundo la venganza y la traición sean monedas de cambio constante, por eso es inverosímil que el Mayo, que lo ha visto todo en seis décadas de actividad criminal, desconfiado por naturaleza, astuto como un zorro, instintivamente cauto, se dejara engañar por Joaquín Guzmán López, con mayor razón sabiendo que, entre bandidos, la traición ni se olvida ni se perdona y que su hermano Jesús Zambada y uno de sus hijos, Vicente Zambada, habían testificado en el juicio contra su progenitor, Joaquín el “Chapo” Guzmán, en el que se le impuso una sentencia a perpetuidad en una cárcel de máxima seguridad.

En mi opinión la organización de Joaquín Guzmán López realizó inteligencia para conocer los movimientos del Mayo y que éste y sus escoltas, fueron emboscados para secuestrarlo al más puro estilo de Álvarez Machain, por mercenarios exfuerzas especiales, con el conocimiento de agencias de inteligencia del gobierno de Estados Unidos pero sin su intervención directa, lo que evidentemente hubiera implicado una violación a nuestra soberanía y un conflicto diplomático en caso de fallar la operación en el delicado contexto de las elecciones por la presidencia del vecino país, con los consecuentes daños colaterales para la candidata del partido demócrata, un riesgo que no se podía correr.

La versión de que el Mayo se entregó junto con uno de los chapitos a la justicia norteamericana en mi parecer es insostenible. Ningún criminal se somete tranquilamente a que le corten el cuello: pelean, se esconden, sobornan, corren o mueren, pero no se entregan sumisamente. Pensar en rendirse no es la forma como funciona la mente criminal de un todopoderoso capo nivel Dios como Zambada, quién le había dicho a Julio Scherer que preferiría una tumba antes que la cárcel.

Zambada jamás se hubiera subido con uno de sus enemigos declarados a un avión y menos para inspeccionar pistas clandestinas como afirma The Wall Street Journal, porque su posición dentro de la estructura de la organización es ser el Jefe de Jefes, es decir, tomar decisiones, no realizar actividades logísticas.

A mi entender, su supuesta entrega es una narrativa creada como discurso de verdad para encubrir la operación de extracción que logró su captura y traslado a los Estados Unidos, aprovechando el timing de las elecciones norteamericanas y los votos que le traen al partido demócrata la captura de “quienes envenenan al pueblo americano”. Operación de inteligencia que el gobierno vecino no va a reconocer, manteniendo la versión oficial.

El papel que jugó Joaquín Guzmán López es crucial para entender la forma de operar de las agencias de inteligencia norteamericanas: la obtención de información reclutando fuentes humanas en posiciones estratégicas; y los instrumentos que utiliza: pactos con criminales y beneficios judiciales a cambio de información útil que produzca resultados.

El hecho de que el chapito ante la jueza Sharon Johnson Coleman se haya declarado no culpable, aparentemente contradice el relato oficial de la entrega pactada, pero es parte del montaje para ocultar el hecho de que probablemente Guzmán López, quién operaba en Estados Unidos el trasiego de drogas para el Cártel, había sido ya capturado y antes de pasar una vida en reclusión ofreció la cabeza de Zambada a cambio de una reducción de condena que le permitiera estar en diez o quince años libre y sin cargo alguno, como hoy lo está el Vincentillo y como pronto va a estar el sanguinario Osiel Cárdenas Guillén; y, de paso, que su hermano Ovidio fuera trasladado a un centro de reclusión de mediana seguridad.

Si ocurrió o no esta negociación, el hecho que todos vemos es que la procuración de justicia del vecino país utiliza con mucha frecuencia, para obtener información, acuerdos que reducen significativamente los años de condena a narcotraficantes confesos, sin tomar en cuenta el daño y el dolor que los criminales han provocado a las vidas de millones de mexicanos.

En la lectura que hago de los acontecimientos, más que una entrega pactada se trata del secuestro de un ciudadano mexicano, narcotraficante en el imaginario colectivo, obligado a presentarse contra su voluntad ante la justicia norteamericana, tal como refiere su abogado. Le va a corresponder a la Fiscalía General de los Estados Unidos, primero, demostrar más allá de una duda razonable, su participación en actividades criminales; y, segundo, con el mismo estándar de prueba, convencer a la juez que sus agencias de inteligencia no planearon, colaboraron o financiaron su secuestro, que se anticipa como parte de la estrategia de la defensa del Mayo Zambada.

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