En “La aventura de la diadema de berilo”, Sherlock Holmes expresa su muy conocida frase: “Una vez descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad”. Afirmar que el motivo que provocó la inenarrable matanza de jóvenes en el municipio de Salvatierra fue la infiltración que maneja como principal línea de investigación la fiscalía del Estado es sostener lo imposible, tomando en cuenta el contexto, es decir, la presencia del crimen organizado en Guanajuato, aquí se plantea una línea de investigación alternativa.
No es una hipótesis, sino un hecho del mundo real que en los territorios con fuerte presencia de las organizaciones criminales, el crimen organizado es el eje que articula todas las actividades criminales y detona los fenómenos que giran a su alrededor: homicidios, inseguridad, delincuencia convencional y no convencional, corrupción política, procesos de victimización colectiva, fosas clandestinas, desplazamientos forzados, despojo encubierto, entre muchos otros y, por tanto, metodológicamente, debe servir de guía para explicar y entender los fenómenos, típicos y atípicos, relacionados con la violencia homicida irracional y exacerbada que vimos en Salvatierra.
En el caso, las organizaciones criminales presentes en Guanajuato tienen un conjunto de elementos definitorios, entre ellos, las características de su aparato armado, como base para mantener el control y dominio sobre el territorio. Este brazo armado tiene una estructura jerárquica que va desde los lugartenientes hasta los rufianes de poca monta, pasando por jefes Regionales, jefes de Plaza, profesionales de la violencia, expertos en inteligencia y contrainteligencia, torturadores, armeros, cocineros, sicarios, halcones, punteros y rufianes. Toda una amplia gama de criminales cada uno con funciones y habilidades específicas porque en el submundo criminal no existe la versatilidad criminal.
Una pieza clave dentro del brazo armado es el jefe de Plaza. Ser jefe de Plaza significa que un individuo tiene una posición predominante en el control local de las actividades criminales; significa que puede cobrar en un territorio por servicios de protección; significa que tiene una red para la distribución y venta de mercancía robada; que tiene una red eficiente de informantes que le permite conocer lo que pasa en las calles, quién entra a las ciudades, los vehículos que pasan en determinados tramos de carretera y que vigila el movimiento en los cuarteles militares y policiales; que tiene una red eficiente de protección que cuida a quienes distribuyen droga y a quienes prestan servicios sexuales; que tiene la responsabilidad de instalar casas de seguridad, reclutar miembros para el grupo criminal, entrenarlos, disciplinarlos y dotarlos de armamento, equipos de comunicación y vehículos para que realicen tareas de intimidación y extorsión contra todos aquellos que realicen cualquier actividad que deje dinero.
En suma, cuando se habla del Jefe de Plaza se alude a una especie de gobierno criminal en la sombra, una estructura paralela de poder que controla los ingresos de la mayor parte de las actividades informales, ilegales y criminales, gracias no solamente a la protección con la que suele contar por parte de los poderes establecidos, sino a la articulación que tiene con los poderes fácticos como son las élites y caciques locales y otras organizaciones criminales menores: con frecuencia quién realmente manda en la plaza es el Jefe de Plaza, a quién le rinden cuentas diversas autoridades.
Como regla las mentes criminales son rencorosas, de gatillo fácil e hiper violentas y tienen la capacidad de matar con total falta de empatía, porque en su vida no hay espacio para la compasión, como vimos en Salvatierra; pero, por lo expuesto, en un territorio controlado por un jefe de Plaza, no se siembra una maceta de mariguana sin que lo sepa y de su autorización el jefe de Plaza, ya no digamos se lleva a cabo una masacre no autorizada, porque para el crimen organizado la notoriedad que un evento de esa naturaleza atrae no es buena para el negocio: la parte operativa de la organización criminal, sicarios desechables y rufianes de poca monta, no actúa ni toma decisiones por cuenta propia porque está sujeta a una estricta cadena de mando y porque, además, su función no es pensar, sino cumplir órdenes y actuar.
En la modesta opinión de quién escribe, la matanza de jóvenes en Salvatierra pudiera haber sido un acto calculado para provocar el mayor daño posible y calentar la plaza, por eso la línea de investigación debe enfocarse en determinar ¿qué posible mercado criminal está en disputa?, ¿qué organización criminal se beneficia calentando la plaza?, ¿quién la encabeza (objetivo prioritario)? y ¿quién o quiénes representan el brazo político que le da protección a la organización?
Si descartamos lo imposible, lo que el sentido común da por hecho, es decir, la inverosímil hipótesis de la infiltración, superamos el primer obstáculo que nubla nuestro entendimiento para comprender los intereses criminales que hay detrás de una matanza aparentemente sin sentido como la de Salvatierra. El cuadro de violencia criminal irracional que se le presenta al ciudadano de a pie, muchas veces no tiene la más mínima relación con la realidad. Parafraseando a Fernando Escalante, la verdad de lo que pasa en este submundo de sombras siniestras y sus infames relaciones con la política suele quedar enterrada bajo montañas de mentiras.