Resulta paradójico, sin ser sorprendente, que el país que hace cuarenta años invadiera Afganistán y fuese expulsado por los ancestros de los talibanes, sea ahora el mediador entre los actuales insurgentes y las autoridades afganas. Esto no hace sino reafirmar lo que Lord Palmerston decía: “no tenemos aliados eternos y no tenemos enemigos perpetuos. Nuestros intereses son eternos y perpetuos y es nuestro deber perseguir dichos intereses”.
Vemos ahora como Rusia, a veces aliada, a veces enemiga de Afganistán, participa activamente en las arduas negociaciones que se llevan a cabo entre el movimiento talibán y el gobierno afgano, para evitar que el país se vea envuelto en una cruenta guerra civil, como consecuencia de la partida de las tropas norteamericanas y de la OTAN que han dejado un vacío de poder en el país, difícil de colmar, en detrimento de los intereses geopolíticos de Moscú.
Por esta razón Rusia ha llevado a cabo una serie de negociaciones con las partes en conflicto —el movimiento talibán y el gobierno afgano— con el fin de pacificar el país, pero consciente de que los talibanes persisten en desplegar una ofensiva terrorista para ocupar una buena parte del territorio. Sin embargo, a pesar de los ominosos escenarios que se avecinan, el enviado ruso en Afganistán, Zamir Kabulov, confía en que los talibanes estarían dispuestos a llegar a un acuerdo.
Es importante destacar que el proceso de paz en Catar entre los insurgentes y el gobierno afgano no ha llegado a ningún avance real, lo que deja a Moscú en una posición protagónica dado su interés en que el vacío dejado por el retiro de las fuerzas militares de occidente no provoque una desestabilización, cuyos efectos se verían reflejados en otros países del Asia Central.
Cabe recordar que Afganistán es considerado por Rusia como parte de su zona de influencia en la región desde hace siglos habiendo confrontado al imperio persa, al imperio británico y a los Estados Unidos para defender esa política, ni sorprendernos si Rusia llegase a intervenir militarmente. Es por eso que de lograr el tan deseado acuerdo de paz, sin recurrir a la fuerza, Rusia recuperaría su papel de gran potencia mundial, elemento toral del ideario del presidente Putin.
La preocupación de Rusia por pacificar Afganistán, país al que considera esencial para garantizar la seguridad de sus fronteras en el Asia Central, tiene antecedentes históricos que datan de los tiempos de la expansión territorial del Imperio Ruso y de los designios hegemónicos de la URSS en la región.
Y es que Afganistán se encuentra históricamente en una situación geopolítica vulnerable por su ubicación en la encrucijada de las invasiones a la India, país que estuvo siempre al centro de las ambiciones hegemónicas de las grandes potencias europeas. Rusia no sería la excepción. Ya desde tiempos de Pedro El Grande, el Imperio Ruso, que iniciaba su dilatada expansión territorial, aspiraba a salir de su encierro geográfico en busca de rutas marítimas en el Ártico, el Pacífico, el Mediterráneo y el Océano Índico para beneficiarse de las riquezas del subcontinente indio. Sin embargo, las prioridades del momento se centraban en el aseguramiento de sus fronteras europeas, por lo que la aventura hacia la India debió esperar a la consolidación de las conquistas rusas en el Asia Central, en detrimento de Persia y del Imperio Otomano, así como al surgimiento del imperio ruso como la gran potencia continental, tras la derrota de las fuerzas napoleónicas.
El siglo XIX fue para el Imperio ruso un siglo de victorias y derrotas militares al tiempo que el momento de su decadencia y eventual desaparición. Las guerras contra el Imperio Otomano en el Cáucaso y con la Gran Bretaña en Afganistán, marcarían el fin de su expansión territorial pero la solución de los conflictos con Afganistán, que se conocen como el Gran Juego, se produjo tardíamente, gracias al acuerdo que fijaba las fronteras afganas, celebrado entre Gran Bretaña y Rusia en 1907.
A partir de la revolución bolchevique Rusia ejercía una poderosa influencia en Afganistán, alentada por la situación inestable del gobierno que requería de la protección de su poderoso vecino. En 1919 la URSS fue el primer país en reconocer la independencia de Afganistán, que se encontraba en plena lucha contra la Gran Bretaña. Ante esta situación al celebrar los acuerdos de paz con Afganistán, los británicos demandaban la ruptura inmediata de relaciones diplomáticas entre la URSS y Afganistán mediante el llamado “ultimátum de Curzon” entre cuyas exigencias destacaba el retiro del personal soviético de Afganistán y el reconocimiento de su independencia y soberanía, por temor a que el país cayera irremediablemente bajo la hegemonía soviética.
A partir de entonces la URSS influiría de manera determinante en la complicada política afgana, con el propósito de mantener al país como un “buffer state” en sus fronteras del Asia Central. Moscú se propuso y logró desplegar una política de acercamiento para imponer gobiernos simpatizantes al régimen comunista mediante facilidades mercantiles y otras concesiones. A mediados del siglo XX Rusia intervino para derrocar a la monarquía y la instauración de la República de Afganistán y en 1979, cuando la URSS padecía una de las más graves crisis económicas de las últimas décadas, el líder soviético Leonid Breshnev tomó la decisión de invadir Afganistán. A partir de la expulsión de las tropas soviéticas y durante los 20 años de guerra con los Estados Unidos, la presencia rusa en el país sería inexistente por lo que ahora, ante la nueva realidad geopolítica, Rusia recuperará probablemente su poderosa influencia.