Día con día las noticias nos desvelan una nueva fase del conflicto entre Ucrania y Rusia por el temor que ha despertado el despliegue de tropas rusas en las fronteras de su vecino, que ha provocado una serie de especulaciones sobre la posibilidad de una invasión armada en el territorio ucranio. Si bien siguen en pie las negociaciones para la distensión de la crisis, los países miembros de la OTAN, encabezados por los Estados Unidos, han declarado su solidaridad para enfrentar a Rusia con las más severas sanciones y la concentración de tropas en las fronteras orientales de Europa si se cumplen las veladas amenazas del Kremlin que hasta ahora niega sus intenciones de una invasión armada.
Sin embargo, como en una ocasión lo dijo Churchill: “No puedo predecir las acciones de Rusia, pues es un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma”. Lo cierto es que, como en otras ocasiones, el Krem- lin tiene desconcertado al mundo con sus imprevisibles decisiones sin escatimar esfuerzos que ponen en peligro su propia seguridad o recurrir al bluff para obtener unas concesiones que le favorezcan, como en el caso de la crisis de los misiles en 1962. Y es que sus reivindicaciones están encadenadas a la obsesión por la seguridad de sus fronteras, una preocupación que se justifica por haber sufrido invasiones desde el pasado más remoto y por haber perdido su hegemonía en los países que conformaban un cinturón de seguridad en tiempos de la URSS. Occidente se empeña en ignorar el sentimiento de vulnerabilidad que alberga Rusia y persiste en contener a Rusia en su zona de influencia.
Ante la incertidumbre sobre las intenciones del Kremlin no se ha descartado a la diplomacia como el instrumento para distender la crisis, pues sigue en pie y seguramente rendirá sus frutos en los próximos días. La reunión en París del Formato de Normandía, integrado por Francia, Alemania, Rusia y Ucrania podría abrir una ventana a la solución, a pesar de las posiciones, hasta ahora inflexibles, de las partes en el conflicto: Rusia exigiendo un compromiso de la OTAN de no incorporar a Ucrania y Georgia. Europa defendiendo la potestad de esos países para decidir sobre su incorporación a la citada organización, que dicho sea de paso reforzaría los esfuerzos de los Estados Unidos por contener a Rusia.
El presidente Putin ha recurrido a un argumento por demás debatible, la identidad histórica que une a rusos y ucranios desde tiempos inmemoriales. Si bien Ucrania ha sido en gran parte de su historia una nación sometida a la hegemonía rusa, es un país con identidad nacional, que tiene su propia lengua, cultura y unas tradiciones, que la distinguen. Por otra parte, es innegable la aspiración de Rusia por recuperar su estatura de gran potencia, perdida desde la disolución de la URSS hace 30 años.
A diferencia de la actuación de la administración del presidente Obama en la anexión de Crimea, el presidente Biden se ha mostrado inflexible en sus propósitos al grado de autorizar el envío de tropas al este de Europa, una medida que puede disuadir a Putin de una escalada del conflicto. Lo más probable es que esto suceda por las consecuencias que la invasión de Ucrania tendría para su país, cuya población está en desacuerdo con la intervención militar de Rusia.