La exigencia ciudadana en demanda de una mayor ambición y audacia para enfrentar la emergencia climática se hizo escuchar en las calles de decenas de ciudades del mundo el viernes pasado. De forma lamentable, se quedó sin eco entre sus principales destinatarios: los líderes mundiales de alto nivel convocados por el secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, a la Cumbre de Acción Climática en Nueva York. Una vez más los representantes políticos de nuestros países no consiguieron estar a la altura de las expectativas y demandas de sus ciudadanos para enfrentar la crisis climática, que desde hace varios meses se expresa de manera desgarradora desde las gargantas de miles de adolescentes en todo el mundo.

La ciencia es incontrovertible: el calentamiento global es causado por las actividades humanas que emiten dióxido de carbono (CO2) y otros gases de efecto invernadero. Es debido a eso que nuestro planeta es 1,1 grados más caliente que lo que era antes de la revolución industrial (alrededor de 1780). De seguir como vamos, sin que nada cambie, hacia fines de este siglo la temperatura media del planeta aumentará entre 3 y 4 grados centígrados. Lejos de ser una amenaza futura para la vida en el planeta, el calentamiento global ya se manifiesta de la peor manera: temperaturas más calientes que detonan enfermedades infecciosas; incendios forestales devastadores más frecuentes debido a la sequía; olas de calor; tormentas extremas; inundaciones y aumento del nivel del mar. Lo anterior se traduce en pérdida de biodiversidad, desplazamientos y migraciones forzados de personas, pérdida de vidas humanas.

Evitar un cambio climático irreversible de efectos catastróficos aún es posible. No obstante, requiere atacar el problema desde su raíz: revertir la dependencia hacia los combustibles fósiles y modificar las pautas y estilos de consumo irracionales y sin control.

Alrededor del 70% del CO2 emitido a la atmósfera proviene de la quema de combustibles fósiles para fines de energía eléctrica, motriz y térmica. Actividades humanas como la deforestación, la agricultura industrial y la urbanización descontrolada añaden casi 25% de las emisiones restantes. Por lo tanto, enfrentar esta emergencia climática pasa por la adopción de acciones audaces que reduzcan de manera drástica el uso de petróleo, gas y carbón; modifiquen los actuales patrones de consumo desenfrenado de bienes y servicios; y detengan la deforestación de los últimos pulmones verdes del planeta. Además de oxigenar la lucha contra el cambio climático, ayudaría a frenar la crisis ecológica que venimos atestiguando durante los últimos 30 años.

Las metas climáticas prometidas por los países firmantes del Acuerdo de París en 2015 son insuficientes para reducir en 50% las emisiones de CO2 en 2030 como paso intermedio para llegar a cero en 2050, tal como indican los últimos reportes científicos que es necesario para evitar un punto de no retorno. Pero la incapacidad de los gobiernos para plantarse y hacerle frente al poder de la industria de los combustibles fósiles es patética. Atender la emergencia climática tal como se viene reclamando en las calles requiere romper con el control corporativo que se impone y limita el alcance de las políticas públicas dirigidas a frenar el cambio climático.

El año que viene, en 2020, los países deberán aumentar su ambición para reducir emisiones y alejar al mundo de los peores escenarios de calentamiento global. Las calles seguirán vibrando para exigir lo anterior, y en la medida que la voluntad política no esté a la altura de las circunstancias, será en los tribunales donde los afectados por la crisis climática y quienes se resisten a aceptar que todo siga igual empiecen a hacerse visibles.

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