En un artículo publicado el 6 de febrero pasado en la revista The Economist, se preguntan cuál es la contribución de la naturaleza a la economía. Igualmente, se comenta el hecho de que normalmente lo damos por un hecho el poder respirar un aire limpio, el poder tomar agua no contaminada y el desenvolvernos en temperaturas tolerables y que es esto lo que nos permite en nuestro día a día poder llevar a cabo todo lo que hacemos. Se reconoce que viendo el rol que la naturaleza juega en la actividad económica, los economistas han sobreestimado los riesgos derivados de los daños ambientales al crecimiento y al bienestar humano.

También, se hace referencia a algo que no necesariamente se ha entendido en nuestro país: el que los servicios ambientales que se obtienen de la naturaleza son indispensables para el desempeño de la actividad económica. Tal es el caso del trabajo natural que se da por parte de los ciclos ambientales que refrescan el aire, convierten la basura en nutrientes y mantienen las temperaturas agradables. Tomando esto en consideración, entonces si los economistas podrán apropiadamente considerar la contribución de la naturaleza al crecimiento.

Es evidente que en los procesos productivos hay extracción de recursos naturales y generación de residuos sólidos. Si esa producción y generación de residuos que se devuelven a la naturaleza van más allá de darle a la naturaleza la capacidad de regenerarse a sí misma, el capital natural se verá disminuido y en consecuencia los servicios ambientales que nos provee la propia naturaleza irán a la baja. Esto es algo que se debe de reconocer por todos los actores públicos y privados y actuar en consecuencia para evitar futuras tragedias ambientales. Sin embargo, será necesario contar con la voluntad política suficiente y necesaria al más alto nivel de este país para evitar estas tragedias. ¿Sucederá? Hoy está claro que NO.

Por otro lado, en un artículo publicado por el New York Times el pasado 13 de febrero, se hace referencia a una carta enviada a líderes empresariales del mundo por el director de BlackRock, Laurence D. Fink, en el que les advierte que “el cambio climático será un factor decisivo en las perspectivas de largo plazo de las compañías”. En consecuencia, y derivado de la pandemia que nos azota, “el cambio climático se convirtió en un enfoque mayor dentro de las compañías y entre inversionistas” quienes buscaron por todos lados acciones de compañías ambientalmente responsables.

Lo anterior, puso de manifiesto que en efecto el ser sustentable, el invertir de manera ambientalmente correcta, es negocio y contribuye a mejorar las condiciones de nuestro entorno. Y en ese tenor, Fink ha pedido este año a los empresarios el que modelen cómo es que sus negocios estarán en sintonía con una “economía de cero emisiones” y así contribuir con el hecho de que el planeta no se siga calentando. Y aunque BlackRock no necesariamente es el ejemplo a seguir porque esta aún vinculado a proyectos que utilizan combustibles fósiles, esto es un primer paso para una transición energética más que oportuna y necesaria a nivel global, tanto en el sector público como en el privado.

En México, esa transición energética no sucederá al menos en esta administración o no a los ritmos esperados, con las implicaciones que eso tiene para la salud de las personas, su calidad de vida y para nuestro medio ambiente, recursos naturales, y los ecosistemas de los cuales, como ya se ha dicho, dependemos en el día a día para llevar a cabo nuestras actividades cotidianas. ¿Habrá oportunidad de entender lo aquí planteado y actuar en consecuencia? Tiempo al tiempo.

Director Ejecutivo del Centro Mexicano de Derecho Ambiental (CEMDA).

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