Hace poco tuvo a bien El Supremo referirse a mí en su show matutino, ese espectáculo de magia y variedades musicales estorbado por la propaganda y el narcisismo. Ordenó a su fiel escudero colocar en su pantalla un párrafo de mi autoría que procedió a leer. Es de 2006 en un escrito (en línea) titulado “Diario sombrío: el Estado soy nosotros”, cuando hasta Monsiváis criticó el bloqueo de Reforma luego de que, como informó La Jornada , “se declaró triunfador de la contienda presidencial y exigió a la autoridad electoral, al Ejecutivo federal y a sus adversarios, respeto a esa victoria”.
Tiene cierta vigencia. Critiqué, por ejemplo, que dijera: “Soy muy respetuoso de las instituciones y de manera particular de lo que resuelva el Instituto Electoral; sin embargo quiero informar al pueblo de México que ganamos la presidencia de la República” Es decir que, ya desde entonces, declararse respetuoso incluyera arrasar con lo respetado.
O que dijera: “Sí confío en el árbitro, confío en el proceso, siempre he sido respetuoso de las instituciones, lo voy a seguir haciendo, pero también nosotros no podemos de ninguna manera aceptar un resultado que no corresponda a la realidad.” A lo que respondí: “Interesante conflicto entre las instituciones y la realidad. AMLO expropia la realidad y descarta otras realidades, por lo menos a la realidad real y a la institucional. En lo primero se asemeja al Quijote; en lo segundo a Lenin. Arraiga su realidad (es decir, su acto de fe) en ‘la gente’, a condición de que ‘la gente’ sea su reflejo, no la gente que prefiere ceder al Estado su representación colectiva y la encomienda de la ley. Al poner su propia percepción de la realidad sobre la del Estado, o al condicionar la objetividad de esa realidad a que concuerde con la suya, AMLO expropia a la colectividad. Más que el Estado, él es la colectividad.”
Opiné: “AMLO dice una cosa rara: va a refundar México para ‘purificarlo’, porque él quiere que el pueblo sea feliz. Las mismas palabras de todo autoritario, de Mussolini al Khmer Rojo. Esta demagogia deleita a la asamblea, pero ¿aterrará a la izquierda? Marx entendía que, como el proletariado carece de cultura propia, debe crearla sobre las normas burguesas y que, por tanto, acusar al orden burgués de perverso va contra los intereses del pueblo. Pero la idea de crear burgueses le ha de parecer abominable a AMLO, que prefiere a los pobres. Elige la ‘propaganda de la acción’ a la paciencia de educar en democracia; el hecho inmediato a la lenta apropiación del poder. Una histeria que explicaría su obsesión por mostrarse puro, humilde y modesto: el paradigma refundado y purificado que justifica e ilustra su ética voluntarista.”
Y me referí al encomio oficial de la felicidad, esa emoción “eminentemente hipócrita” de quienes, incapaces de asumir las consecuencias de su deseo cotidiano, se inventan “una felicidad oficial”, como sugiere Slavoj Zizek. Boucher, su comentarista, agregaría que “una sociedad que otorga libertad para buscar la felicidad es una sociedad loable: una que indica cómo ser felices es tiránica”.
Y concluí: “No voté por AMLO, porque el lado siniestro del PRI no compensa mi admiración por sus muchos, enormes logros. Frente a sus mejores iniciativas y sus lúcidas mentes —que las hubo— me detiene el peso espeluznante de sus caciques... El cinismo de los priístas que hoy danzan con AMLO ofende a la razón, y que AMLO baile con ellos ofende hasta al cinismo...”
El Supremo por su parte, concluyó en su show que había yo prestado “un enorme servicio” a la patria escribiendo eso. Y debe ser cierto, porque nunca miente. Gracias.
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